Yo soy el pan Vivo que da la Vida
Seguimos meditando los domingos el vasto discurso del Pan de la Vida. Sorprende mucho que Jesús se asocie con imágenes muy simples, aparentemente sencillas, con las que alude a su ser y a su función en favor de todos nosotros. Por ejemplo, la sencilla imagen del pan, del alimento. ¿Cómo es mi relación con los alimentos?
El alimento es algo que nosotros necesitamos para estar bien, sanos, fuertes, para poder enfrentar las situaciones que se nos presentan a diario. El alimento también es una experiencia que disfrutamos y es algo que cada quien prefiere según sus propios gustos: unos más dulce, otros más salado, o más picante o más frío, unos más rápido otros más lento... Cada uno se acerca al alimento según sus gustos propios. Sin embargo y por desgracia, el alimento ofrece una satisfacción temporal, ese gusto nos dura solamente unas horas. ¿Cuál es mi hambre?, ¿Cuál mi sed?
Frente a esto, Jesús no tiene empacho en afirmar que Él es el pan de la Vida. ¿A qué tipo de vida se refiere el Señor?, a la vida en serio, esa que se goza con cada latir del corazón y con cada respirar. Esa vida de la que todos tenemos anhelo en lo profundo de nuestro ser. Esa vida que se abre a los horizontes y que trasciende, incluso, el tiempo y nuestras categorías. ¿A qué vida me siento llamado?, ¿con “esta vida” me siento satisfecho?
Los que se han acostumbrado a “medio ir sobreviviendo”, murmuran. Por supuesto que esto les resulta escandaloso, les parece insoportable. Es inaceptable porque no lo quieren ni pueden comprender. Pero, quien se atreve a comer a Jesús, se dirige al Padre, el Señor lo resucita, alcanza la vida eterna, el que lo come nunca muere; vivirá para siempre. Vivifica al mundo porque el Pan que Él nos da es para que el mundo tenga vida. ¿me dejo vivificar por el pan de la vida?, ¿mi mundo es vivificado sólo por Él?, ¿qué siento al ver al mundo perder la vida?
Como un amigo, con un amigo, dejo que el Señor me hable al corazón.
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