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Foto del escritorLuis Ariel Lainez Ochoa

Yo mismo iré a buscar mis ovejas.


Acompañados del evangelista San Mateo, hemos llegado al culmen del año litúrgico; esta oclusión se enmarca con la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Con toda la intención la Iglesia nos lo presenta así, para que el cristiano pueda asimilar y después proclamar que Jesús es el Señor de todo cuanto existe, de aquello que llamamos tiempo, de la vida y su discurrir, que contrariamente a lo que algunos filósofos dicen, ha sido eternamente querida para ser vivida con un propósito específico.

El Evangelio que hoy se proclama es una maravilla que supera toda visión limitante de la religión, la alegoría de un Rey que congrega ante él a todas las naciones de la tierra, rompe con aquella visión precedente de un Dios exclusivo, elitista y hermético. La Buena Nueva del Reino ha sido la invitación que no conoce fronteras y que a lo largo de los siglos ha buscado llegar a todo ser humano; que el Señor congregue al género humano en plenitud nos habla de ese amor incansable e inagotable que está abierto a todos, pero al mismo tiempo nos interpela sobre la manera en que los cristianos nos relacionamos con el mundo.


Es esta relación la razón de peso que el Señor tomará de criterio para distinguir a los dichosos que compartirán el Reino con él y aquellos que voluntariamente se han opuestoo decidieron vivir al margen la propuesta vivencial que Jesús comunicó y confió a sus amigos.

Por tanto, especialmente hoy, al creyente se le recuerda que el mensaje de la Buena Noticia solo se vuelve creíble y veraz cuando se concreta en acciones de amor, de compasión y de hermandad. El cristiano está llamado a ir más allá de la visión aparente de un dios que premia y castiga, a la realidad de vivir la alegría del Reino en el ahora donándose al hermano, o el castigo de esa búsqueda egoísta y superficial de sí mismo que al final le deja herido, hueco e insatisfecho. No es Dios quien arbitrariamente salva a unos y condena a otros, sino es la persona quién al final del tiempo se le develan los frutos de su estilo específico de vida.


La liturgia de hoy sirve pues para todo aquel fiel que con franqueza quiera evaluar a la luz del Espíritu la calidez o la frialdad del amor que dice sentir por el Señor (¿tal vez quizás la tibieza?) poniendo atención en las oportunidades que ha podido servirle en los pobres y excluidos de su comunidad, de su vecindario, de su trabajo. Ante la indiferencia e indolencia que se propaga en las sociedades el cristiano tiene ante sí un listado mayor que el escrito por Mateo: ¿Cuándo te vi desaparecido y te busqué, excluido y te integré, depresivo y te escuché, sumido en las adicciones y te rescaté?


Buscando un lugar tranquilo, me pongo delante del Señor y hablo de esto con Él. Le comunico el deseo de ser encontrado, hallado digno de su Reino. Me pregunto: ¿Qué puedo hacer yo para remediar el sufrimiento que se extiende en la tierra?

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