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Foto del escritorPbro. Artemio

¡VENGAN A VER!



Una de las características del evangelista Juan es la de presentar las verdades de fe a través de diálogos fecundos. En esta ocasión toca pasar la mirada y el corazón por una de las escenas más emblemáticas del llamado cercano que hace Dios a los hombres. Realmente estos encuentros con el Hijo de Dios, quien se muestra asequible y cercano, además de ensanchar el corazón, promueven un encuentro íntimo y fecundo para todo aquel que quiera hacer una pausa y contemplar con atención lo que le muestra el Dios-con-nosotros.


Se invita a no perder de vista los signos, las maneras, los modos, las expresiones, las acciones, ya que todos ellos hablan por sí mismos. En primer lugar, uno se puede detener en las miradas: la de Juan el bautista, que aparece como el parteaguas, muestra deseo y a la vez satisfacción del mismo, él le escruta y a la vez está siendo habitado con una mirada más envolvente: la del Señor Jesús. Una sincronía de almas solapándose una a la otra y logrando un cálido ambiente de aceptación y bienvenida.


No está de más que, después de ello, brotara la siguiente expresión: «Este es el Cordero de Dios». Juan bautista sintió la mansedumbre de ese Cordero, que viene en son de paz, primero en su interior y la conectó con esa larga tradición judía que concebía a un Cordero que debía expiar todo mal en el corazón de la humanidad. Los dos discípulos, expectantes, se dejaron envolver por esa personalidad, sí -¿y quién no?- pero lo hicieron acompasados por la expresión de quien había sido su primer maestro en el camino de la vida. Esa experiencia de Juan Bautista fue la que los guió al Verdadero Maestro y Señor. Fueron tras Él, vieron dónde vivía, y se quedaron así un día.


Los gestos siguen dando pistas: ellos vieron, fueron vistos, oyeron, contestaron, siguieron, se quedaron, y luego, volvieron a sus actividades habituales, pero ya iban distintos, después de esa experiencia habitada. De ahí que lograran expresar e incluso invitar con grande ánimo: «Hemos encontrado al Mesías». Una expresión brutal de quien se sabe Judío y ha esperado por mucho tiempo, no sólo él, sino desde sus antepasados, la respuesta de fe y de vida a tantos años de anuncio de salvación. Por fin lo han visto sus ojos y lo han oído con el corazón, lo han palpado a través de todos sus sentidos y lo han recibido en su interior. Ahora no pueden callar. No se pueden quedar inmóviles ante tanto bien recibido en su interior. Ahora lo empiezan a compartir y a pregonar.


Viene la segunda mirada, que está expresada como la de Juan Bautista: «fijando en él la mirada», pero ahora quien la muestra es el Señor Jesús a Pedro, en el primer encuentro que tuvieron. Probablemente Pedro, cuando escuchó a su hermano Andrés la referencia sobre el Mesías, pudo advertir en sus ojos un brillo distinto, pero eso no se compara con lo que ahora experimenta por sí mismo: estar delante del Señor de la vida. De Dios que lo ha mirado fijamente para demostrarle todo su amor.


Vuelve al texto. Contempla la escena. Trata de meterte en ella. Si quieres ponte en el lugar de alguno de los personajes que te llame la atención. Deja que el Señor fije en ti su mirada. Déjate envolver por ese amor. Experimenta. Deja que sus palabras, las que Él te quiera decir, entren en tu corazón. Expresa también una respuesta tuya. Estás con tu Señor.

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1 Comment


María Concepción Rosas
María Concepción Rosas
Jan 18, 2021

Gracias, me ayudan mucho. Dios le bendiga por este trabajo.

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