UNA PRÉDICA MUY DURA
A veces, en la estructura social de nuestro tiempo, se peca de una especie de sensibilidad adusta. Es cierto que el modo de integrar la realidad pasa por todos los filtros del ser humano, o todas sus dimensiones: conocemos y contactamos con todo nuestro ser.
En el pasado, en el tiempo en que se exaltó a la razón y a la fuerza, se cayó en el reduccionismo positivista: todo lo determinaba la ciencia, dejando fuera a la intuición y al enriquecedor mundo emocional que le acompaña; pero ahora, parece que la ley del péndulo hace nuevamente su juego, ahora se permea la realidad a través de la sensibilidad, pero una sensibilidad superficial y mediatista que más que llevar al contacto con la fuente de lo afectivo y emocional, se queda atorada en el capricho propio de una manipulación y de una defensividad.
Frente al evangelio de hoy, este tipo de sensibilidad puede reprobar a Juan Bautista como alguien que predica «muy duro». Puede salir la queja de que es un mensaje aterrador. Incluso este puede ser uno de los principales obstáculos para que este domingo el mensaje del evangelio llegue al corazón. Sin embargo, no se debe confundir la contundencia y la firmeza con la amenaza y el terror. La llamada a la conversión siempre será una Buena Noticia.
Lo que nos transmite Mateo es que a veces la voz del Señor es un clamor en medio del desierto, y esta imagen da para mucho más que el simple contexto de un paisaje vistoso. Se necesita fuerza y firmeza para lograr que en medio de las realidades más secas e infértiles de nuestra vida, aparezca una voz que provoque un cambio que lleve a la fecundidad de la vida y del amor. Una contundencia que provoque y capte toda nuestra atención. De otro modo seguiríamos adormilados y perdidos, conformándonos con ese tipo de conversiones a medias, autocomplacientes, farisaicas y llenas de autoengaño.
Un seguimiento del Señor buscado desde la comodidad, lo agradable, lo bonito, lo romántico y lo confortable es engañoso. Creer que la voz del Señor solo viene a provocar en nosotros un deleite, es buscar la vivencia de una especie de hedonismo espiritual. Lo que se conoce como «la consolación espiritual» también lleva tonos de firmeza, contundencia y claridad. Ahí no cabe la ambigüedad ni la falacia. Precisamente la consolación del corazón es cuando se asume la propia realidad delante de la Verdad que se le revela con amor.
San Ignacio, uno de los grandes maestros en el discernimiento comenta esto mismo en las reglas para discernir espíritus que aparecen en los Ejercicios Espirituales. Se dio cuenta de que el Señor a veces interviene de modo firme para provocar una toma de conciencia, un cambio y una conversión: «En las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes, haciéndoles imaginar deleites y placeres de los sentidos, para conservarlos y hacerlos crecer más en sus vicios y pecados; en dichas personas el Buen Espíritu actúa de modo contrario, punzándoles y remordiéndoles la conciencia por el juicio recto de la razón» [Ej 314].
Vuelvo a leer el evangelio, dejo que aparezca la Buena Noticia de un cambio para bien mío y, por ende, de los demás. Le permito a la firmeza de la voz de Dios que me mueva. Le pido al Señor que me ayude a vencer todo miedo y defensividad para poder abrirme a su encuentro, sea del modo que sea, con tal de que me conduzca hacia Él desde mi corazón. Dejo que la voz amorosa del Señor entre hasta los lugares más secos y devastados que se aguardan en mi interior, para que Él sea quien los transforme en nuevos lugares de gracia, de amor y de redención.
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