Un soplo de amor y valentía
Súbitamente hemos llegado a la gran Solemnidad de Pentecostés, se termina el festivo y regocijante tiempo de la Pascua donde hemos contemplado las numerosas apariciones de Jesús a los suyos. Aunque el suceso de Pentecostés propiamente está narrado en la primera lectura, es el Evangelio quien explica el porqué de este acontecimiento milagroso y extraordinario.
Uno de los fines principales de las apariciones de Cristo a sus discípulos era que pudieran contemplar mediante sus sentidos que el Resucitado era el mismo que aquel crucificado en el Calvario en aquella tarde de agonía; por ello muestra las manos y el costado. Reitera el camino necesario que el discípulo está llamado a asumir en su compromiso con el Reino. El sendero del anuncio de la Buena Nueva implica el sacrificio y el oprobio; pero no se agota ahí.
Jesús viene a expulsar el temor que paralizaba a aquellos hombres impidiéndoles comprender el misterio de la Redención. El amor perfecto expulsa todo temor dirá Juan en su primera carta. La emoción primera de ver al Maestro es la de una alegría espontánea, vigorosa y triunfante, ya no hay temor.
Sin embargo, el Señor sabe que la alegría muda fácilmente en el corazón del hombre y por tanto comunica a sus amigos Su Paz. Porque la Paz de Cristo es esa barca construida con firmeza, con esfuerzo y gracia que permite llegar a puerto tanto en el mar calmo como en la borrasca, tanto cuando el viento está a favor como cuando la tempestad amenaza con hundirnos y perdernos. El Maestro enfatiza su paz incluso en una segunda ocasión, sabe que sus amigos la van a necesitar ante lo que viene.
En la misma sintonía del envío del Hijo, este envía a los suyos; por ello les comunica su Espíritu, sopla sobre ellos colmando sus corazones de amor y valentía, el amor es el fin de la predicación y la predicación no puede darse sin él.
En el silencio de la oración me pregunto: ¿Qué tan dispuesto estoy a aceptar las exigencias de ser comunicador del Evangelio?, ¿experimento en mi vida la acción del Espíritu Santo?, ¿Cuáles son aquellas cosas que me paralizan y me llenan de temor obstaculizando mi encuentro con Cristo?
A muchos les tocó la era del Padre, a otros, la del Hijo, pero nosotros vivimos en la era del Espíritu Santo, pocas veces nos dirigimos a Él en oración, pero siempre nos acompaña, Dios mismo, el de siempre, de quién obtenemos la gracia santificadora para vivir los desafíos de la modernidad, seguirle buscando a pesar de las distracciones y deberes del mundo.