Un llamado al discernimiento y la esperanza
La Iglesia, comunidad de creyentes comienza un nuevo año litúrgico donde será guiada cada semana por el evangelista Lucas, al iniciar este ciclo el texto refiere a la necesidad que el cristiano tiene de ser consciente de que el Señor habrá de venir. La dinámica del nacimiento del Señor en la carne se acentuará más en los domingos consecuentes.
Al mundo de hoy, que despliega la bandera de la inmediatez, de lo fútil, de la experiencia del momento presente como lo único real y válido, le es urgente caer en la cuenta del devenir de la historia de la que en este día Cristo habla. Aunque no sepamos cuando, el mundo creado, así como tuvo un inicio tendrá un fin.
El evangelista más allá del escenario catastrófico que presenta -y ante el cual muchas veces el creyente presta toda su atención - quiere enfatizar sobre el sentido último de la historia: Cristo el Señor que vendrá de nuevo con poder y gloria.
A la comunidad de discípulos que escribe Lucas -y a nosotros también- nos advierte sobre el riesgo y la tentación de asumir el final con angustia y terror, como quien no tiene esperanza; sino que remarca la actitud con la que el fiel está llamado a esperar al Señor que viene: estar atento y con la cabeza levantada.
El seguidor del Señor no ignora ni minimiza las catástrofes, crisis y angustias del mundo convulsivo que habita, sin embargo, no se deja intoxicar por el miedo que provoca la incertidumbre de su suerte en el futuro. El cristiano levanta la cabeza porque sabe que su vida verdadera viene de lo alto, se yergue porque es hijo de la luz y sus obras son luz, tensa su mirada hacia arriba porque ansía la liberación que se aproxima a rescatarlo del lastre del mal y la corrupción que lo sumen y esclavizan.
Jesús de Nazaret advierte al hombre sobre el peligro de caer en las actitudes del que vive desesperanzado y solo, es este quien ha sido presa de los vicios y de los excesos gritándose a sí mismo que no hay más momento que el que posee en este instante; pero al mismo tiempo viendo la vaciedad de su vida que se le escurre entre las manos ante la amargura de una vida sin sentido que no sacia sus anhelos más profundos.
Estamos ante un llamado a la destreza y a la vigilancia, actitudes esenciales para discernir las realidades humanas que nos asfixian y alejan de Dios, y así poder escapar de ellas. Sólo quien está vigilante podrá presentarse ante el Señor, y primeramente, tendrá las habilidades para percatarse cuando este se aproxime y llame a su puerta.
Dialogo con el Señor pidiéndole sus dones al inicio de este tiempo de preparación a su venida. Sintiéndome arropado por su amor me pregunto: ¿Vivo hoy como quien tiene esperanza o las preocupaciones de la vida me desaniman y asfixian? ¿Estoy dispuesto a rechazar aquello que me impide estar atento a su llegada?
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