Tu Palabra no pasará, Señor
Lo que está por venir al final de los tiempos o también llamado lo escatológico no escapa del discurso de Jesús. Por eso, no es raro que también al final de nuestro ciclo litúrgico, en las celebraciones de la eucaristía, estemos escuchando una invitación a mirar en esa dirección o bajo esa clave de lectura, nuestra vida.
Por otro lado, hoy se nos da muy fácil eso de la comprensión virtual. Cada vez estamos más imbuidos en el mundo de las pantallas y de la vida on-line, que algunos estudios ya nos señalan que todo ello afecta el campo de la comprensión de lo real. Hay quienes confunden un escenario y otro y, por tanto, las leyes que lo componen.
Sea como sea, esta es nuestra realidad concreta y en el aquí y ahora de nuestras vidas el Señor busca acercarse con su Palabra que, como dice el texto de Marcos, sobrepasa cielo y tierra. Esta comporta un elemento de eternidad que ni las condiciones de este espacio y tiempo pueden lograr entender, ni tampoco quedan contenidas en el mundo de lo virtual.
El Señor Jesús quiere mostrarnos una realidad que Él bien conoce, que es la eternidad en el Padre, pero que nosotros, creaturas limitadas, conectadas con un poco más de conciencia a lo temporal, nos es difícil comprender y, por lo tanto, a veces hasta creer. El Señor Jesús sabe lo difícil que es su comprensión y por eso ocupa imágenes y símbolos usados en el Antiguo Testamento para describir este porvenir que supera nuestras categorías por muy adelantadas que estas sean.
De ahí que «la expresión "el cielo y la tierra" aparece con frecuencia en la Biblia para indicar todo el universo, todo el cosmos. Jesús declara que todo esto está destinado a "pasar". No sólo la tierra, sino también el cielo, que aquí se entiende en sentido cósmico, no como sinónimo de Dios. La Sagrada Escritura no conoce ambigüedad: toda la creación está marcada por la finitud, incluidos los elementos divinizados por las antiguas mitologías: en ningún caso se confunde la creación y el Creador, sino que existe una diferencia precisa. Con esta clara distinción, Jesús afirma que sus palabras "no pasarán", es decir, están de la parte de Dios y, por consiguiente, son eternas» (Benedicto XVI).
Este es uno de los mensajes que nos quiere trasmitir el Señor que confiere una marcada contundencia: la permanencia de Él y de su Palabra pese a cualquier calamidad y la búsqueda de nuestra permanencia eterna en Él: «Permanezcan en mi amor» (Jn 15, 9). Él sabe el sustrato y contenido de eternidad que Él mismo contiene. Sabe que la plenitud de vida está en Él y lo invita de manera abierta y genuina. No quiere que nos quedemos con la mediación de la creación, sino que a través de ella vislumbremos los goces de su Palabra, los degustemos y elijamos acogerlos en el corazón para que permanezcan y den fruto de eternidad en nosotros.
Todo esto lo menciona en medio de acontecimientos apocalípticos, catastróficos, que tienen que ser, pero que ninguno de ellos tiene la fuerza de la total aniquilación porque pasarán, sólo el Hijo de Hombre tiene poder sobre cualquier fatalidad del cosmos, y esa es nuestra seguridad, esperanza y confianza.
Entonces esta invitación nos lleva a contemplar al Señor que viene, a Él que es nuestra respuesta final y siempre primera, y que su palabra permanece, trascendiendo el cosmos y la historia; lo cual nos hace estar en pie, sostenidos desde el núcleo más esencial, ante cualquier adversidad e infortunio. Aunque el sol, la luna y las estrellas dejen de existir, el Señor permanece en pie, y nosotros en Él.
Leo con atención el texto y me pregunto: ¿Qué significados tiene para mí la vida eterna en este momento presente de mi vida? ¿Me consuela la promesa hecha por parte del Hijo de Dios de que vendrá a mí en el momento final de mi vida? ¿Qué brota de mi corazón cuando escucho: «podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse»? Hablo de esto con el Señor.
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