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Foto del escritorPbro. Artemio

Transfigurados por tu amor, Señor.


El episodio de la Trans.iguració n que nos ofrece el evangelio de hoy está impregnado de simbolismo y de misterio. No es raro, por tanto, que aparezcan elementos de apariencia secundaria pero que, en su conjunto, enfatizan el mensaje central con más nitidez: Jesús de Nazaret, el que ven y verán frágil y sufriente, es el Hijo muy amado de Dios, el Mesías, el Señor.


El primer elemento a considerar es la conversación que tiene Jesús con Moisés, el supremo legislador del pueblo de Israel, el representante de la ley de Dios y también con Elías, el primero y el más grande de los profetas. Cualquier judío que contemplara tal escena, sabrías perfectamente su contenido: una confirmación y continuidad aceptada en Jesús del camino que habıá emprendido el pueblo de Dios. Lo que Moisés y Elías esperaron y anhelaron por tanto tiempo, se estaba consumando en la persona de Jesús. Es la comunicación certera entre ese pasado anhelante y el presente continuo de Dios. La historia anhelaba al Mesías – Salvador y ahora estaba ahí, es Jesús.


Aquı́ puedo detenerme y meditar: ¿Qué me dice esto a mí? ¿Qué le dicen estas tres personas a mi propia historia? ¿En mi pasado puedo vislumbrar una ley liberadora de Dios, a mi alcance? ¿Puedo reconocer en mi vida a los profetas que me señalan el camino de redención? ¿Qué le dice hoy la persona de Jesús transfigurado a mi historia y a mi momento actual?

El segundo elemento a considerar es la nube que envolvió a los discípulos. En el pensamiento judío , la presencia de Dios se relacionaba regularmente con una nube: Moisés se encontró con Dios en medio de una nube; una nube fue la que llenó el templo que había edificado Salomón; también la nube de Dios llenó el Tabernáculo. Por eso, no es extraño que en este curioso episodio de la Trans.iguración del Señor, ante sus discípulos judíos, les mostrara una realidad en parte conocida, pero al mismo tiempo le impregnara un aire fresco de novedad.


De la nube salió una voz que decıá : «Este es mi Hijo amado; escúchenlo». Este es el elemento nuevo y central. Dios, ahora revelado como Padre, anuncia que tiene un Hijo. Y es ese mismo que se presenta ante todos desposeído y frágil. El que inmediatamente después anuncia su muerte en cruz. Vaya problema de asimilación el que se originó dentro de los apóstoles. ¡La divinidad tan envolvente y suprema y la humanidad tan frágil y vulnerable, en una misma persona! ¿Cómo comprenderlo?


El punto de quiebre máximo es el tercer elemento a considerar: la indicación de Jesús de no comentar el suceso hasta que resucitara de entre los muertos. El anuncio de una muerte y resurrección. Si bien es cierto que la resurrección comprende el elemento divino, la muerte relata lo caduco de lo humano. El Hijo muy amado, el tan divino, ahora entra en la dimensió n del sufrimiento y de la muerte. Ese gran misterio del sufrimiento tan insondable y cruel se abre a otro misterio más insondable aún, al del amor de ese precisamente Hijo muy amado. El centro y las partes se solapan en ese mensaje redentor y gratuito del amor de Dios por nosotros. De verdad que quedó transfigurada (nueva figura y creación) nuestra humanidad en la persona de Jesús, el Hijo muy amado de Dios. Ahora queda seguirlo. Ir transfigurados a la vida, a las Jerusalenes de cada uno, pero distintos, desde esa perspectiva transfiguradora del Señor.


Considero todos los elementos del relato y dejo que me informen poco a poco su mensaje. ¿Qué me dice lo humano y lo divino de Jesús? ¿Qué nueva noticia le brinda a mi humanidad saber que lo divino le puede dar una nueva Cigura? ¿Qué esperanza me brinda la noticia de saber que mi fragilidad, vulnerabilidad y sufrimiento pueden ser transCigurados desde el misterio del amor? ¿Me dejo mover por el mensaje del Padre de escuchar a su Hijo muy amado? ¿Le quiero seguir a Jerusalén? Hablo de esto con el Señor.

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