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Foto del escritorFrancisco Ontiveros

Tomás no estaba con ellos


Recuerdo la explicación -tan emocionante y tan humana-, que daba Enrique Ponce sj a este pasaje (Jn 20, 29-31). Él decía que la resistencia de Tomás fue consecuencia de los celos. Se inquietaba pensando ¿por qué el Señor había venido donde los discípulos sabiendo claramente que él no estaba ahí?, ¿por qué lo había dejado fuera?, ¿de dónde esta exclusión y marginación?, ¿bien pudo esperar que Tomás estuviera ahí?, su actitud tan humana, según el jesuita, pudo ser un berrinche de celos, un enojo normal como los que nos solidarizan a todo el género humano.


Fuera de estas coordenadas, hoy el evangelio nos presenta la gran paciencia del Señor, su ternura incomparable. Jesús ha resucitado, pero hace todo lo posible para que sus amigos experimenten las consecuencias de esta resurrección. Son como su jardín que Él cuida y riega con inmensa paciencia. El tiempo de la Pascua es la experiencia de la resurrección que deben hacer todos, cada uno a su estilo y en su ritmo. No es la misma experiencia la de Juan que vio y creyó, que la de Pedro que comprobó toda la escena, o la de Magdalena al escuchar su nombre en labios del Señor, o al de los caminantes de Emaús. Cada uno es diferente, por eso, la experiencia del resucitado es diferente, lo fue en ellos y lo es en nosotros; no podemos tener todos, la misma experiencia pues todos somos distintos totalmente.


Jesús viene, se coloca en medio, llega como amigo, comunica su paz, toma de la mano, ayuda a creer, nos ayuda a superar los miedos que engarrotan y atrincheran, ese miedo que nos hace ver a los demás como enemigos, viene de nuevo; no descarta al que no estuvo, viene por todos.


Ante esta escena me pregunto: ¿cómo actúo cuando tengo miedo?, ¿cuáles son mis murallas seguras donde me escondo?, ¿cómo me toma de la mano el resucitado para ayudarme a creer?

 

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