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Foto del escritorFrancisco Ontiveros

Tocar la llaga



Estamos en el Segundo Domingo de Pascua. Aún es joven y tierna esta exultante celebración de la vida, del paso, del surgimiento, de la Resurrección. No obstante, nos encontramos con llagas, miedos, cerrazones, heridas, incredulidad…, y es que, la pascua no es una celebración inocente que nos pinte la realidad para sacarnos de la verdad. Pascua es tocar la verdad, asumir las heridas hasta tocarlas.

En el Día que triunfó de la Vida, los discípulos están en la noche, así lo sugiere el evangelista para marcar la paradójica condición existencial en la que se encuentran los discípulos. Sí, los discípulos, los amigos del Maestro, los que escucharon de sus propios labios que resucitaría. Ellos que gozaban verlo haciendo milagros y disfrutaban escucharlo. Esos mismos, ahora, en su noche oscura están encerrados por miedo a los judíos. Tienen miedo de perder la propia vida y correr la suerte de Jesús.

Para Jesús nunca hubo barreras, menos las habrá ahora que la muerte ha sido vencida. Él entra, le conmueve que los suyos tengan miedo, que les cueste creer, que estén encerrados. Para Él no hay barreras, porque la iniciativa siempre es de Él; siempre nos busca, siempre toma la iniciativa, siempre primerea.

Vemos a Jesús lleno de ternura y compasión. Se pone en medio, es decir, en el corazón de la comunidad, y es que, solamente cree una comunidad si en el centro está Jesús, puesto que Él nos mantiene en el centro, porque, precisamente, el centro es Él, el centro de nuestra fe. Jesús llega a comunicar la paz, y muestra las evidencias que lo acreditan. Con eso es suficiente, no lo vemos disertando una gran arenga impresionante, simplemente muestra las llagas: enseña las heridas. Ante esta evidencia, ¿qué argumentos?

En el primer Día hace una nueva Creación, de nuevo sopla el hálito de la vida, el Espíritu, el Señor y dador de vida que vuela incólume sobre el caos vivificando, ordenando. Eso alegra a unos discípulos y para unos con eso es suficiente. Sin embargo, para los que necesitan más, como Tomás, es necesario hundir la mano en las heridas del Maestro. Tocar las heridas nos ayuda a creer, a reconocerlo. ¿Cuáles heridas?, las suyas, las nuestras, las del mundo. Ir a la llaga, entrar en ella, tocarla, contemplarla, sentirla, descubrirla. Así es Jesús, el Maestro y el Señor que pone todas las condiciones para que creamos porque solo así es posible tener vida, vencer el temor, abrir las puertas…

Frente al Cristo de las llagas me pregunto: ¿cuáles son los miedos que me encierran y acorralan?, ¿cuál es el centro de mi comunidad?, ¿qué llagas necesito tocar para creer?, ¿soy capaz de mostrar mis llagas al Señor?, ¿permito que toque mi parte herida y vulnerable?

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2 Comments


Ana Elena Mendoza Cobos
Ana Elena Mendoza Cobos
Apr 11, 2021

En efecto, la Iglesia revive la Pasión de Cristo en su propia carne, en el sufrimiemto de cada uno de sus miembros y esas son sus llagas laceradas. Cada uno de los cristianos debe de aprovechar sus sufrimientos grandes o pequeños, patentes u ocultos que los conduzca a una auténtica conversión y santificación. De esta manera la misión salvadora de Jesús está presente desde el alba del día de la Pascua.

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Álvaro Miguel González
Álvaro Miguel González
Apr 11, 2021

Sin "dolorismo", sin triunfalismo, aceptando nuestra limitación, pero también nuestras potencialidades, es necesario aceptar mi parte herida y vulnerable, con el espíritu y la actitud de Jesús, que no esconde ni se avergüenza de sus miedos, pero que los vence apoyado y confiado, sin condicionamientos mágicos o convenientes, a su Padre, a su Dios y nuestro Dios. A la compasión y ternura ilimitadas de ese Dios Trino, cada vez más respondemos, nos comportamos con asedia, crueldad, egoísmo, irracionalidad y necesidad de lo fácil, de lo placentero al límite. Dentro y fuera de nosotros, dentro y fuera de la Iglesia, dentro y fuera de lo que tenemos y nos rodea. Esa es la llaga más dolorosa y la que más tormento…

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