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Foto del escritorFrancisco Ontiveros

Testigo de la luz

Actualizado: 27 feb 2021


La ruta del adviento, que ha encendido nuestros corazones con el deseo de la llegada del Señor, ahora nos lleva a la dinámica del gozo, y es que es propio de Dios cambiar el luto en danza, Él es el Dios que nos lleva a la vida como a una fiesta. Así pues, estamos en el llamado domingo de la alegría, lo cual, si bien se antoja un tanto redundante, es un páramo en medio de tantos días grises y de tristezas por doquier.


Las lecturas que se nos proponen como materia para la oración en este día, componen una bella sinfonía, en la que todo hace referencia a lo mismo, una se insinúa en la otra y se complementan armoniosamente.


El evangelio comienza diciendo que hubo un hombre; nos dice que se llamaba Juan y que fue enviado por Dios para ser testigo. Todo parece indicar que el centro del texto del evangelio está en el testimonio, pues hasta en cinco ocasiones repite esto:

1. Vino como testigo

2. Para dar testimonio de la luz…

3. Para que creyeran por medio de él...

4. Era testigo de la luz…

5. Este es el testimonio que dio…

Son los pocos datos que se nos ofrecen puesto que es lo único que interesa, su nombre y su misión. El texto no ofrece precisiones que nos pudieran ayudar a comprender las escuelas en las que este testigo se formó, tampoco nos lo presenta como discípulo de los prominentes maestros de la época. Dada la carencia de sus credenciales e investiduras, lo único que sabemos es que no era el Mesías, tampoco era Elías, ni al menos un profeta. Era un hombre llamado Juan que vino a ser testigo.


Viendo en su conjunto los textos (la primera y segunda lectura), podemos concluir que el testimonio (evangelio) al que se nos desafía no inicia como una elección propia, como resultado de un voluntarismo estoico, un testigo es ante todo alguien que vive como ungido por el Espíritu Santo, que anuncia con pasión las Buenas Nuevas, uno que se sabe enviado a curar en medio de tanta enfermedad, es un poeta del perdón en medio de tanto odio y rencor, uno que entra en la dinámica de la liberalidad a tal grado que libera a tantos humillados, es un pregonero de la gracia.


Es uno siempre alegre, que ora sin cesar; siempre y sin desfallecer. Que vive en la dinámica de la gratitud, de tal modo que da gracias siempre y en toda ocasión. Es el que se queda con lo bueno porque sabe que nuestro Dios es fiel y siempre cumple su promesa. Vaya proyecto del Padre: un mundo de hombres, simplemente hombres y testigos.


Dejando que la Palabra de Dios toque lo más profundo de mi ser, me dejo cuestionar: ¿Quién soy yo?, ¿me siento invitado a ser testigo de Dios? ¿qué significaría para mí ser testigo de la verdad, del amor y de la justicia? ¿qué dice mi testimonio?, ¿cómo estoy siendo testigo de la luz?, ¿qué digo de mí mismo?

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