Tampoco yo te condeno
En la recta final de la cuaresma vemos a Jesús muy ocupado: sube al monte de los olivos, cuando despunta la mañana va al templo y al verse rodeado de gente comienza a enseñarles, Juan no nos comunica la enseñanza de Jesús, es un contenido que el autor pasa inadvertido. Estando en esto, llegan los eruditos de la escritura (escribas) y aquellos cuyo comportamiento era ejemplar (fariseos) y furiosos le muestran a Jesús a una mujer que ha sido sorprendida en adulterio. Al ponerla frente a Él le recuerdan que la ley manda apedrearla, exigen que se cumpla la ley, es una impura, debe sufrir un castigo ejemplar. Descontrolados le insistían a Jesús, le exigían que tomara partido, ¿tú qué dices?, le insistían. ¿Por qué muchas veces tomo la actitud de los escribas y fariseos?, ¿qué pasa conmigo cuando expongo a los demás?
Inmediatamente Jesús se incorpora, observa a todos, contempla la furia implacable de los que exigen el castigo de la mujer, y la mira a ella. Los observa a todos y no condena a ninguno. Ama a todos, no toma partido en favor de ninguno, no divide ni da condenas o victorias. Por el contrario, con indescriptible paz contesta, “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, ¿quién está libre de pecado?, compartimos una solidaridad con el pecado que nos empuja a comprendernos, entendernos, amarnos, aceptarnos y buscar superarnos. Dejo que Jesús me mire, ¿cómo siento su mirada?, ¿qué suscita en mí?
El Dios de Jesucristo no tira piedras a los pecadores, acoge, contiene, ama, anima, levanta. No condena, muestra la belleza de la vida e invita a no pecar. ¿Qué invitación suscita en mí?
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