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Isaías Mauricio Jiménez

Su Reino está en nosotros

Celebramos a un Rey que no reina desde un trono de poder humano, con grandes lujos y ostentosas palabrerías. Es un Rey que reina, con humildad, desde una cruz, donde la justicia y la misericordia son el manantial de vida. Por tanto, es un Rey que nos abre a la intimidad de su corazón para que con valentía luchemos en nuestro día a día, con amor y mansedumbre. ¡Qué contradictorio, para muchos, celebrar a un Rey totalmente distinto a los parametros que la sociedad hoy en día nos ofrece! Pero de Él somos y su reino está, vive y se mueve dentro de nuestro interior para darnos esperanza aún en los momentos más oscuros.


El Señor nos invita a no sustentarnos en la ambición ni en la violencia, sino en la entrega total. Miramos a Cristo, frágil, con toda su humanidad ante Pilato, respondiendo a las interrogantes humanas, porque así es el Señor. La entrega de nuestro Rey no tiene límites, y rompe con los esquemas atrapados en nuestra cabeza que nos lastiman y nos hacen herirnos. ¿Cuántos de nosotros no nos hemos cuestionado el por qué no se libró el Señor de aquel sacrificio siendo Rey? La respuesta viene del corazón, no brota de la razón, sino del sentir profundo: por amor. 

Ahora bien, el amor nos hace vivir plenamente el reinado del Señor no sólo desde las grandes catedrales sino en la realidad que nos permea en el hoy, en los más cercanos. Contemplamos a menudo a quienes tienen mucho y los que carecen de lo básico para vivir, es un escándalo que contradice los valores del reino de Cristo. Él nos enseña que su reino pertenece a los pobres de espíritu, a los humildes y a los que trabajan por la justicia. En un lugar donde la violencia cobra tantas vidas todos los días, el ejemplo del Señor nos desafía a ser constructores de paz. Esto comienza en nuestros hogares con nuestras familias, en nuestras comunidades con nuestros amigos y vecinos, en nuestras palabras y acciones que nos llevan a salir del egoísmo. 

Al mirar a nuestros pueblos, nuestras comunidades, heridas y muchas veces desconsoladas, ¿cómo podemos entender el reinado de Cristo en medio de esta realidad? Él nos invita a romper con el pesado yugo de los más necesitados. Así aclamamos relamente al Señor, así vivimos su reino entre nosotros. Estamos llamados a ser la «sal de la tierra» y la «luz del mundo» (cfr . Mt 5, 13-14). Esto significa que cada uno de nosotros, desde nuestra trinchera y al grito de ¡Viva Cristo Rey! puede aportar algo para transformar nuestra sociedad. No podemos quedarnos sólo en la crítica y en el famoso «si hubiera», nuestra tarea es ser agentes de cambio inspirados en el amor de Cristo. Nos invita a ser sus manos, sus pies y su corazón en el mundo, ¿cómo respondemos a este llamado?

El Reino de Dios, es de los buscadores de la verdad, esta se encuentra a favor de los más pequeños, con los que sufren; la verdad se manifiesta en las madres que lloran por sus hijos desaparecidos, en los niños que crecen con hambre, en los campesinos que luchan por su tierra, y en los migrantes que todos los días cruzan nuestro país buscando una vida mejor.

Al celebrar esta solemnidad, tenemos la invitación tomar conciencia de vivir plenamente el Reino de Dios; de darle la oportunidad al Rey que tome su trono en nuestro corazón, donde podamos tomar una pausa en medio de nuestras preocupaciones y así, abramos el corazón al Rey que nos ofrece su amor incondicional. 

Ahora, me acerco nuevamente al Evangelio y contemplo a Jesús que, con su sacrificio de amor, su corona de espinas, me mira, me habla al corazón, siendo Rey del mundo, y medice: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Dejo que su mirada de amor me interpele. ¿Qué le respondo? Quédate un momento con el Señor.

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