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Pbro. Mario Alberto Castillo Luna

Solo tu amor, Señor, hace caer mis miedos.


En el capítulo 10 del evangelio de San Mateo, el Señor les hace una invitación expresa a sus discípulos de anunciar el evangelio, mismo que conllevará dificultades, tribulaciones, persecución, incluso la muerte, pero en todo ello el Señor estará con ellos, les sostendrá y fortalecerá, esa es su garantía y seguridad.


A lo largo de los versículos del 26 al 33 aparece en tres ocasiones esta exhortación de Jesús a sus discípulos de no tener miedo, un llamado a la confianza en el Padre que es providente, solo fiándose en Él se puede avanzar en medio de las distintas vicisitudes que tiene el seguimiento del Señor.


De todos los miedos quiere el Señor que estén libres los que deciden seguirle, pero en este texto habla de un miedo más hondo: perder la vida por Él. Es unmiedo que Jesús comprende, es por ello que lespromete su asistencia, una asistencia que ha sido palpable y visible a través de la historia de la Salvación, en la que muchas personas, de toda condición y raza, han vencido con valentía el miedo a una muerte cruenta. De ello son testimonio viviente los mártires de nuestra Iglesia, que han experimentado en lo más profundo de su corazón la presencia de Dios. Es probable que muchos de nosotros no lleguemos a vivir el martirio como tal, sin embargo, también experimentamos muchos miedos, algunos muy profundos.

A nivel social y personal hay muchos miedos que enfrentamos: la violencia, injusticia, homicidios, miedo ante el futuro, miedo al qué dirán los demás, y también el miedo a amar y desgastar la vida por el otro y ser defraudados.


Hoy este evangelio es un bálsamo de esperanza ante todos nuestros miedos, temores y quizás dudas de fe. Jesús nos recuerda que no caminamos solos, que nuestra vida está en las manos de Dios; y en esta experiencia de encuentro con Él, de hacer camino de discipulado, el Señor nos enseña a confiar, solo así, superamos nuestros miedos, dejando que el Señor actúe y se manifieste en medio de ellos y a pesar de ellos.


Finalmente me detengo y trato de hacer mías las palabras del Señor: ¡No tengas miedo!: ¿de qué miedos me tiene que liberar el Señor? ¿Cómo está mi confianza en el Señor en medio de las dificultades que vivo? Le pido al Señor su gracia para tomar consciencia de mis miedos y que Él me ayude a liberarme de ellos, a vivirme como hijo de Dios, perdonado y amado por Él, confiando que mi vida está en sus manos, hasta los cabellos de mi cabeza están contados, que mis miedos no me paralicen Señor, sino que me enseñen a confiar en ti. A creer y confiar que es el amor el que disipa todo temor.

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