Siempre y todo.
Es muy elocuente ver a Jesús tratando temas simplísimos, temas reales y concretos. Situaciones de la vida, de lo cotidiano; cosas que nos pasan a todos. Él jamás se comportó como un sabio que, en los misterios, tratara temas complejos, raros, distantes. Nunca habló de abstracciones grandilocuentes. Ese es el hecho del tema de hoy: ahora lo vemos hablando del perdón. Un asunto que nos compete a todos. ¿Quién de nosotros no ha tenido que perdonar ofensas de otros?, ¿quién de nosotros puede decir que no ha ofendido consciente o inconscientemente a otra persona?, en este asunto todos compartimos una solidaridad, hemos sido ofendidos y hemos ofendido a otros. Esa es nuestra verdad.
Ante la honesta pregunta de Pedro, sobre cuantas veces perdonar las ofensas de los demás, el Señor es claro, contundente, determinante: siempre y todo, esto es “setenta veces siete”. Es cierto que hay experiencias muy duras, dolorosísimas que tienen “mil y un justificaciones” para no ser perdonadas, pero el Maestro quiere liberarnos de llevar esa carga que enferma. Es preciso soltar, resolverlo en el momento, más vale, por el propio bien y el de los que nos rodean, perdonar siempre y todo.
En la vida de oración nos parecemos mucho al siervo que suplica paciencia. Y día con día, recibimos del Señor su paciencia, su perdón. Y, el mundo está lleno de gente perdonada que no perdona, que busca desquite, guerra, polémica, continuar el daño. Nuestro ambiente está plagado de siervos que se cuelgan al cuello de sus hermanos y le exigen ponerse al corriente en pequeñas deudas, simples, sencillas. Muchos de esos siervos perdonados somos nosotros cuando nos tornamos exigentes y duros con los que nos rodean, sin dejar que la fuerza del perdón que el Señor nos ha mostrado, salga por nuestro medio e inunde el mundo.
Señor: gracias por tu perdón, gracias porque me llamas a perdonar. Gracias porque has perdonado mis enormes deudas. Perdóname por no estar a la altura del perdón tan delicado con el que me has tratado. Perdona mi rebeldía, mi dureza y exigencia. Ten paciencia conmigo.
Dialogo con el Señor lo que esta página del evangelio (cfr. Mt 19, 21-35), me dice.
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