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Foto del escritorPbro. Artemio

SI TUVIERAN FE…


Hay dos peticiones explícitas que le hacen los discípulos a Jesús, según el evangelista Lucas. Una es más conocida: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11, 1), la asociamos fácilmente porque después de esa petición se despliega la oración del Padrenuestro. Y la otra es la que escuchamos hoy: «Auméntanos la fe». Pero ¿qué decir al respecto? ¿Por qué son importantes estas peticiones?


En primer lugar porque nos hablan de una condición discipular que a veces se puede pasar por alto. El discípulo es el que pide ayuda porque sabe que no tiene, que no lo entiende bien; es alguien que está en búsqueda continua, que no está satisfecho con lo que sabe, ni convencido de que posee la verdad; alguien absolutamente abierto a la enseñanza del Maestro; alguien que sabe vivir de escucha y de receptividad, de silencio y de hospitalidad. Es como un niño que tiene corazón limpio y capacidad de asombro y que está preparado para aprender (Cf. Dolores Aleixandre).


En este caso, la petición viene de los mismos apóstoles, los amigos más cercanos del Señor. Llama la atención su sencillez y humildad por el mismo hecho de pedir y de reconocer que no tienen aquello solicitado. Pero, conviene aquí darle un poco más de contexto: En los versículos anteriores vienen escuchando al Señor sobre la corrección fraterna. Escuchan la insistencia por parte de Jesús de perdonar las veces que fuera necesario (Cf. Lc 17, 3-4). Ellos, al revisar tal vez su corazón en este punto, se pudieron dar cuenta de lo difícil que resulta ese ejercicio de fraternidad. De ahí que pidieran tener la fe del Maestro.


Por tanto, si juntamos ambas realidades: la actitud discipular y la fe, que es uno de los mensajes contenidos en este evangelio, se pueden lograr cosas que nos parecen imposibles. Resulta un tanto chocante, en la actual mentalidad moderna y científica, la gráfica de mandar a un árbol frondoso que se arranque de raíz y se plante en el mar, sin embargo es la manera oriental de hablar, donde se nos narra un bosquejo que antes era imposible y que ahora tiene la sorpresa de la posibilidad.


Lo que está diciendo Lucas es que perdonar no es cuestión de puños y de mera voluntad, ahí se necesita la fe. Y esta es entendida como un camino discipular abierto desde el corazón y confiado a la persona del Hijo de Dios. Es una adhesión de corazón a la persona del Hijo de Dios, a su voluntad y a su proyecto. Cuando el discípulo ha emprendido un camino relacional con el Señor se sabe seguro y sostenido en ese mismo amor que el Señor le confiere con su amistad. Ahí se fundamenta, porque ha entendido que nada lo puede separar del Señor, ni la muerte, ni la vida, ni lo futuro, ni lo pasado, ni siquiera su fragilidad pecadora.


Por eso, le es más fácil mirar con amor y benevolencia al otro desde una experiencia anterior de misericordia y de ternura. Al final no es nuestro perdón el que otorgamos, sino el mismo perdón de Dios recibido y ofrecido con un corazón ya ablandado por el Señor. Este tipo de discipulado y de camino de fe, comienzan de forma humilde y sencilla, paso a paso, hasta lograr que sea del tamaño de ese grano de mostaza.


Reviso de nuevo el evangelio y medito: ¿Cómo es mi actitud ante el Señor? ¿Me considero un discípulo? ¿Alguna vez se me ha ocurrido pedirle que aumente mi fe? ¿Qué temas en mi vida considero como imposibles? ¿Realmente lo son? ¿Qué me dice eso de que el perdón es un asunto de fe? ¿A qué me siento invitado?

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