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Señor, siempre me sorprendes

  • Pbro. Isrrael Matías Herrera
  • 22 feb
  • 2 Min. de lectura

En alguna ocasión escuché esta expresión: en una homilía cuando se habla del infierno, nos entra el miedo y estamos atentos, pero cuando se habla del amor, entra el sueño y se cierran nuestros ojos. Desafortunadamente lo que más deseamos es a lo que más nos resistimos. Que no se cierren nuestros ojos, ni la mente, ni nuestro corazón.


El pueblo judío creció con esta oración y principio de vida: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con tu toda tu alma, con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo». (Deuteronomio 6,5). El Señor Jesús, en el Nuevo Testamento, ha resumido la ley y los profetas: «les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros como yo los he amado» (Juan 13, 34-36).

El proyecto de Dios es amar. «El nos amó primero» (1 Juan 4, 19). El hombre es creado para amar y ser amado. Todos deseamos en el fondo de nuestro corazón esta experiencia que nos hace ser humanos. La dinámica es amar muchas veces a quien piensa, siente, desea... distinto a mí. Amar es un don que se ha de pedir a Dios. No sale a la primera. Es también un ejercicio del corazón, de nuestra mente, y de nuestra voluntad. Vamos a dar lo que tenemos. Algunos ya han cerrado el corazón, pero todavía es posible amar, aunque sea difícil. Al mirar al Señor, el corazón se llena de esperanza. Este sentido de vida también lo han encontrado los santos: «En el ocaso de nuestra vida seremos juzgados en el amor» (San Juan de la Cruz).

Nadie está obligado a hacer el bien, bendecir, ayudar... pero ¡cómo nos humanizarnos los unos a los otros cuando dejamos por un momento nuestras diferencias y entramos en la lógica de Jesús! Y parece que en la práctica a muy pocos convence, pues no son unas palabras románticas, bonitas, es un lenguaje que interpela: «amar a los enemigos». No es sencillo renunciar a un estilo de vida que nos promete efímeramente, ganancias, oportunidades, intereses, recompensas... pero no la felicidad plena de quien en experiencia se siente profundamente amado por un Dios, que cambia la vida. Solamente el encuentro con una Persona (Jesucristo) nos transforma día a día.

Vuelvo a leer el Evangelio de este día: Lucas 6, 27-38. Hago silencio, y dejo que resuene en mi corazón el modo de hablar de Jesús. Hay un modo de amar a nuestra manera: donde prevalece en primer lugar, mis intenciones, mis intereses, mis proyectos, mis comodidades... Luego, está el modo de amar de Jesús que desconcierta no a pocos, pues «los pensamientos de los hombres no son iguales a los pensamientos de Dios» (Isaías 55, 8-11); el modo de amar de Jesús es ir contra corriente, pero movidos por la experiencia de sentirse plenamente amados por Él. ¿De qué manera quiero seguir el curso de mi vida? ¿Al modo de Jesús que es amar, o mi propio modo egoísta? ¿En qué situaciones concretas de mi vida me he visto como lo que presenta el Evangelio, cómo he actuado? Hablo con el Señor. Le pido que me deje sorprender por el modo de vida que me propone Jesús, y me ayude a ponerlo por obra.

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