Señor, quiero ser un poco de sal y de luz para los demás
En el Evangelio de este domingo (Mt 5,13-16) que está inmediatamente después de las bienaventuranzas, el Señor Jesús dice a sus discípulos: ustedes son la sal de la tierra… ustedes son la luz del mundo. «En estas imágenes llenas de significado, quiere transmitirles el sentido de su misión y su testimonio» (Benedicto XVI). «Jesús quiere decir también: si son pobres de espíritu, si son mansos, si son puros de corazón, si son misericordiosos… serán la sal de la tierra y la luz del mundo» (Francisco).
Un poco de sal para los demás
La sal, en la cultura de Oriente Medio, evoca varios valores como la alianza, la solidaridad, la vida y la sabiduría. La ley judía prescribía poner un poco de sal sobre cada ofrenda presentada a Dios, como signo de alianza.
La sal también tiene una característica de conservar los alimentos. Siguiendo esta imagen, san Juan Pablo II comenta que «el discípulo de Jesús ha de contribuir a evitar que la vida del hombre se deteriore o que se corrompa persiguiendo los falsos valores, que tantas veces se proponen en la sociedad contemporánea».
Aquí me detengo un poco y dejo que se internen en mí las palabras del Señor que me invitan a ser sal de la tierra: ¿Qué significa para mi vida en estos momentos ser sal de la tierra? Dejo que Jesús me vaya dando una respuesta y dejo que aparezca también la mía. ¿Dónde necesito poner más sabor en mi vida? ¿Hay generosidad en mi persona para ello? Pido al Señor que tenga el valor de no ser ya para mí mismo sino para los demás, desde un proyecto de vida centrado en los valores de su Reino, a partir de mi propia vocación, de mi sano lugar en la sociedad, en la Iglesia, en el mundo.
Le hablo al Señor con el corazón: Señor, que sea un poco de sal para los demás, en medio de una sociedad que tiende más a pensar en sí misma; que sea un poco de sal para dar sabor a la vida y a las cosas sencillas en medio de la cotidianidad, a veces rutinaria; que sea un poco de sal, en medio de tantos sinsabores provocados por la maldad en el mundo; que sea un poco de sal, tal vez insignificante a los ojos de los hombres, pero lleno del deseo de vivir, de creer y encontrar esperanza en un mundo cansado y desolado.
Un poco de luz para los demás
La luz es la primera obra de Dios creador y es fuente de la vida; la misma Palabra de Dios es comparada con la luz, como proclama el salmista: «lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 119, 105). El papa Francisco comenta al respecto que «la luz, para Israel, era el símbolo de la revelación mesiánica que triunfa sobre las tinieblas del paganismo».
La luz es Cristo, y solamente dejándonos iluminar por el Señor, es como podremos dar luz a los demás. El discípulo del Señor ha de iluminar los corazones que no encuentran salida en su camino. Tomo conciencia y miro mi vida: ¿Qué de mi persona necesita ser iluminado por Dios? Luego, ¿dónde hace falta la luz de Dios? ¿Dónde siento más oscuridad para que esta sea redimida?
Le hablo a Jesús con el corazón: Señor, que me deje iluminar por Ti, entra en mi vida e ilumina mis oscuridades, aquello que yo no alcanzo a ver y que puedo ir por la vida sin darme cuenta. Entra en mi corazón porque Tú deseas darme claridad, para que luego y desde Ti que eres la luz que no se apaga, con tu gracia, lleve tan grande y noble misión confiada a mis débiles fuerzas para iluminar a quienes desean Tu luz en sus vidas. Que yo pueda reflejar en los demás tu esperanza, consuelo, paz, misericordia y bondad.
Te pido, Señor, la gracia de ser un poco de sal y luz para los demás.
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