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Diác. Isrrael Matías Herrera

SEÑOR, QUE NO PERMANEZCAMOS INDIFERENTES



Jesús advierte de la confianza y de la seguridad puestas en las riquezas. El problema está cuando estas nos pierden y no construyen puentes de fraternidad y solidaridad entre nosotros. Nos hacen ciegos a las desgracias de nuestros hermanos.

San Lucas nos presenta, en el Evangelio de este domingo, la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro. (Lc 16, 19-31). Conviene que entremos en la escena y miremos con detenimiento lo que Jesús le dice a los fariseos, que eran amigos del dinero. En el pasaje aparece un hombre rico. El autor del Evangelio no le da un nombre, por tanto, su identidad aparece en el anonimato. Pero sí dice de él que «vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día...» Es un rico, de su tiempo, que tenía todo en la vida y vivía en la abundancia y en las riquezas. Eso, para los ojos de este mundo, es lo que otorga la seguridad. Aquí podemos hacer un alto, dejarnos interpelar y preguntarnos: ¿Cuáles son mis riquezas? ¿Cómo vivo mi relación con ellas? ¿A cuáles de ellas me siento tan apegado que me hacen vivir de un modo tan individualista y me impiden ver las necesidades de los demás?

Por otra parte, a la puerta del rico aparece un pobre llamado: Lázaro, él sí tiene nombre y significa «Dios le ayuda». En él lleva la promesa de un Dios que nunca abandona al pobre. Lázaro se encuentra en una situación de miseria: «cubierto de llagas, y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico». Se asoma la apariencia de una miseria, pero nunca el olvido de Dios. Entonces, situados en la escena completa, vemos que el rico del evangelio vive solamente para sí, vistiendo telas finas, y banqueteando todos los días. Encerrado en su egoísmo y comodidad no es capaz de abrir la puerta, bajar la mirada, tender la mano, o acercarse a dar un pedazo de pan al pobre que está a su puerta. El rico, probablemente, se ha acostumbrado a ver todos los días al pobre Lázaro. No experimenta en vida ni el mínimo dolor o compasión por quien no tiene si quiera qué llevarse a la boca y está cubierto de llagas. Este es un tipo de vida, tal vez ya una cultura, donde no se tiene en cuenta al otro. Lo que el papa llama la «cultura del descarte». Aquí nuevamente nos podemos detener y considerar si estamos viviendo ese tipo de pensamiento. ¿Será también ya nuestra cultura elegida? ¿Estaremos inmersos en ella sin darnos cuenta?

Hacer el bien está a nuestro alcance, no necesitamos ir muy lejos. Los pobres están a nuestra puerta pidiendo ayuda. No podemos acostumbrarnos a vivir con tantas personas necesitadas. Ante ello nos podemos preguntar: ¿Estoy dispuesto a salir de mí? ¿A quién necesito ayudar? ¿Cómo aportar un granito de arena y aliviar un poco las necesidades de los demás? Pidamos a Dios nuestro Señor que nos conceda la gracia de salir de nuestro egoísmo, que nos hace estar ciegos y no nos permite ver quién está pasando necesidad. Señor, que no permanezcamos indiferentes a las necesidades de los demás.

Finalmente, nos situamos en el momento que el evangelio plantea cómo «después de la muerte»: la vida eterna para nosotros los cristianos. San Lucas nos narra que llega la muerte para el rico y también para el pobre Lázaro. Este último es llevado al seno de Abraham, en la mentalidad judía, a reencontrarse con sus padres, en una palabra: a la felicidad eterna. El rico, al lugar de los muertos, la no-felicidad. La vida con Dios es la meta definitiva de todo cristiano. Entonces nos podemos preguntar: ¿vivo creyendo que

me espera una vida futura en Dios, o vivo solamente instalado, en la práctica, en lo que este mundo me ofrece, pensando que es lo único y definitivo? ¿Creo en el proyecto del Reino de Dios que comienza aquí y ahora, donde busca que nos vivamos como hermanos, hijos de un mismo Padre? ¿Qué implicaciones tiene todo ello para mi propia mentalidad? ¿Qué cambios me sugiere? Le pido al Señor que me alcance su misericordia, y la conversión del corazón mientras peregrino en esta vida para vivir con la esperanza de una vida nueva junto a Él.

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