Ser profetas en lo cotidiano.
El evangelista San Marcos nos sitúa en una de las controversias que Jesús tiene con los de su pueblo (Mc 6,1-6). Sus paisanos rayan en actitudes como la de los fariseos y los escribas. Después de que Él ha obrado numerosos milagros (calmó la tempestad Mc 4,35-41; curó al endemoniado de Gerasa Mc 5, 1-20; sanó a la hemorroisa y resucitó a la hija de Jairo Mc 5, 21 -43), tristemente esa novedad que muestra la soberanía de Dios es rechazada por la incredulidad de sus familiares.
Aparece nuevamente la falta de fe.
Jesús tuvo que experimentar la incomprensión, la escasez de fe, y la duda, aun de los discípulos que estaban más próximos a Él; le estuvieron siempre importunando las falsas esperanzas salidas de su propio círculo (Mc 4, 40). El camino de la pasión no comenzó en Getsemaní, sino mucho antes, con la falta fe y la incomprensión de los que estaban junto a Él. (J. Jeremias, Palabras desconocidas de Jesús, 95).
El mismo evangelista quiere dejar clara la enseñanza de Jesús para sus discípulos. Quiere fortalecerlos y ayudarles para que la enemistad, la contradicción y la indiferencia,incluso de la propia familia, no les desanimen. Los invita a confiar y conocer que el poder de Dios no conoce límites y que Él dirige los corazones de los hombres. Y les abre el horizonte para ver en los contrarios de hoy los discípulos de mañana, hombres capaces de Dios que en algún momento le abrirán el corazón al dueño y Señor de la historia. ¿Conoces a alguien así? ¿Pasaste por un proceso de incredulidad y diste el salto a la fe?
Profetas, sacerdotes y reyes.
Por el bautismo hemos sido constituidos profetas. El profeta es un hombre de oración que ha vivido la experiencia de la presencia amorosa de Dios, y no puede callar lo que ha visto y oído. Desde su encuentro fundante con Jesús sabe que necesita volver a la fuente de la vida y de la luz, que es el mismo Señor. En la oración cotidiana y cálida junto al Él, y en el silencio del encuentro, va madurando su vocación a la entrega. Cuanto más se persevera, más se aprende a escuchar lo que el Buen Espíritu dicta.
Las grandezas que oye de parte de Dios no pueden hacerle creer que es dueño de esa Palabra. Él es un simple servidor: no anuncia algo que le pertenece, sino una gracia que le ha sido dada. Somos enviados con la misma autoridad de aquel que nos envía a anunciar su Palabra. Quizá para muchos, el primer lugar del anuncio será su casa, su patria, su familia. Nuestra vida cotidiana en el hogar, el trabajo, la escuela, la universidad, la calle, son espacios que nos invitan a vivir ahí el testimonio profético. Así, los pequeños gestos de cada día podrán convertirse en buena noticia: gestos proféticos como lo hacían los profetas de Israel y el mismo Jesús. ¿Te sientes invitado a vivir proféticamente? Medito nuevamente el Evangelio y dejo que su palabra me interpele. Que el Señor nos ayude a vivir una fe con profundidad y no únicamente tener una fachada religiosa.
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