SE HIZO HOMBRE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS
Todas las lecturas de este domingo cantan de gozo y fiesta, y vaya que hay razón para el gozo y la fiesta. Dios se ha hecho hombre y ha puesto su morada entre nosotros. A Él acuden los pobres pastores esperanzados y hacia Él caminan emocionados los magos del Oriente.
Dios ha querido ser Emmanuel, esto es, Dios con nosotros. Suena a una descompuesta locura, pero es la verdad. ¡Dios ha querido poner su morada aquí! Ha venido a nosotros. No nació para vengar pecados o cobrar deudas añejas, no creó el mundo y luego se fue a otros sistemas. Está aquí, se ha encarnado, hoy amaneció en nuestra tierra el mismísimo Salvador del mundo, el libertador.
El misterio de la Navidad es precisamente la escandalosa cercanía de Dios. En adelante no podemos hablar de un dios estoico, lejano, impasible, misterioso o escondido. Él no es una divinidad extraña ni vengativa. Es Emmanuel, de ahora en adelante, cuando nos asalte el pensamiento de, ¿dónde está Dios?, la respuesta es clarísima: aquí, dentro de cada uno, es Emmanuel, está en el mundo, puso su morada entre nosotros. Vino a los suyos, esa es la Buena noticia.
Sin embargo, la Luz y la Verdad que ha venido al mundo no ha encontrado sitio que lo reciba, que lo abrace. Y ese Niño que es Dios, no se disgustó, ni se indignó, ni se marchó al no encontrar posada, quiso quedarse para ser Dios conmigo. Esa es la gloria de la navidad.
Ante este misterio de la Navidad me pregunto, ¿cómo cambiará mi vida en adelante?, ¿qué me hace experimentar que Dios se ha hecho Emmanuel?, ¿cómo lo experimento en lo concreto de mi vida?, ¿qué me hace sentir y pensar la expresión “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron?
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