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Mtro. Rafael Rendón Contreras

¿Retorno a clases o retorno a la presencialidad?

Pocos desafíos en la historia global contemporánea han sido tan multifactoriales como la pandemia provocada por la propagación del SARS-CoV-2, que ha causado la aparición de la COVID-19. El 23 de marzo de 2020, se oficializó el inició de la pandemia con el notorio hecho de suspender todo tipo de actividad escolar en todos los niveles, aunque ya desde el 31 de diciembre de 2

019 se detectaron los primeros casos de una “neumonía vírica”, en Wuhan, República Popular de China. Así, a partir del mes de marzo, con el incremento del número de contagios y de muertes, llegaron también -aunque inadvertidas-, toda una serie de preguntas que, al menos en nuestro país, aún no han sido respondidas, porque las preguntas mismas han cambiado o porque se han ensayado respuestas que no contribuyeron a que internamente se enfrente de manera eficiente esta crisis de salud.


El reto de la educación en nuestro país, ahora en el contexto de esta pandemia, ha rebasado de manera masiva las posibilidades de continuidad para, al menos, acercarse un poco a los niveles de la presunta eficiencia que se tenía antes del confinamiento.


Y ante el fetichismo dado a la estrategia de semaforización, pero manejada con tintes claramente políticos, se ha ido del extremo de ser un elemento dador de seguridad con su color verde, hasta el extremo de ignorarlo en el ahora presuntamente grave color rojo. Así, bajo el conveniente reacomodo de la educación como “actividad esencial”, se instruye regresar a las aulas. Mientras tanto, siguen apareciendo numerosos factores que influyen en la decisión final que, de manera natural y más allá de instrucciones dadas desde arriba, queda en manos de los padres de familia. Ellos, con la intuición propia del amor y cuidado de sus hijos, saben ver con claridad que aún no hay condiciones y deciden, en su gran mayoría, que los estudiantes sigan teniendo clases desde sus casas.


Pero esta pandemia, tan sólo en el contexto de la educación en nuestro país, ha puesto al descubierto las carencias que acompañan al proceso educativo “en línea”. No hay dispositivos adecuados o simplemente no los hay; la conexión a internet es deficiente o inexistente; el ambiente de muchos de los hogares en donde toman clases los niños está muy lejos de ser un ambiente escolar idóneo. Y en el contexto de los docentes, las condiciones no son muy distintas. Y así, se impone por sobre todo esto, la necesidad de retornar a las aulas. Y al llegar a las escuelas, la situación no es sustancialmente mejor ni basta la presencialidad por sí sola para recuperar el supuesto buen desempeño y resultados que tenía el proceso educativo formal en nuestro país, antes del 23 de marzo de 2020.


Se ha pretendido controlar la evolución y comportamiento de la pandemia con decisiones políticas y casi “decretando” que, en un razonable lapso de tiempo, ya las condiciones serán favorables. Sin embargo, el desdén hacia las más elementales conductas de autocuidado, ha provocado que el virus mute hacia la variante delta y se haga más agresivo. Así, la instrucción de retornar a las aulas aparece precisamente cuando comienza a haber un alto número de contagios entre niños y adolescentes y cuando el ahora vilipendiado semáforo, queda como en una esquina de madrugada, ignorado y con su color rojo brillante. Es el peor momento y son las más adversas circunstancias.


La presencialidad no basta para recuperar el proceso educativo de nuestro país. Creemos que aún no es el momento, aunque queramos apresurarlo. La pandemia tiene sus propios tiempos, aunque irónicamente, en gran medida dependa de nosotros controlarlos.

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