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¿Qué entendemos cuando hablamos de espiritualidad?

  • Foto del escritor: Pbro. Artemio
    Pbro. Artemio
  • 15 mar
  • 5 Min. de lectura

En nuestros días se ha hecho común el uso del término «espiritualidad». Esto nos habla de que la concepción del ser humano ha ido cambiando y se ha vuelto más integral. Vemos, incluso, que en algunas portadas de libros aparecen títulos como «inteligencia emocional» (Daniel Goleman) y también el desarrollo de la «inteligencia espiritual» (Zohar y Marshall; Gardner). Con ello, se le ha ido quitando la primacía y los derechos de piso a la sola inteligencia racional. Hoy estamos convencidos de que somos más que el constructo de un ejercicio mental.


Se escucha la aplicación de este término en muchos ámbitos de nuestra vida. Principalmente en los campos que tienen que ver con la salud, desde el ejercicio corporal hasta los tratamientos psicológicos integran cada vez más esta realidad trascendental del ser humano. Surgen frases como «las necesidades íntimas del ser humano de orden espiritual», «la felicidad, el bienestar integral, la cultura, etc., son valores espirituales del ser humano». 

 

Esto es un gran paso. Sin embargo, por ser este un vocablo que atañe a las dinámicas que tienen que ver con el espíritu, es decir, con lo intangible e inmaterial, se puede usar indistintamente o como sinónimo de algunos otros términos. Es preciso, por tanto, señalar las definiciones o aclarar las diferencias, para evitar el equívoco y, en consecuencia, una praxis desvirtuada. Estamos hablando, concretamente, de la relación que existe entre la espiritualidad, la interioridad y el mundo de lo religioso. ¿Cuál es su proximidad y cuáles sus fronteras? ¿Cómo interactúan? 

 

Josep Otón Catalán, en su texto «interioridad y espiritualidad» aborda muy bien el tema concediendo claras distinciones. Primero define la interioridad como esa «dimensión interior del ser humano que tiene características propias y que son únicamente observables por el propio sujeto». Es todo ese mundo interno donde se ubican nuestras emociones, sentimientos, deseos, anhelos profundos, pensamientos, ideas, creencias, valores, etc.

 

Él, al igual que los maestros de la vida espiritual, sugiere que no basta con conocer esta dimensión propia, sino que es necesario entrar en contacto con ella y así preservar el cultivo de la vida interior. Invita a no estar exiliados de esa casa nuestra, propia, como también le llama, ya que asegura que quien está fuera de sí mismo se vuelve una inocente presa del falso mundo de la imagen y de las opiniones de todos los demás. 

 

Elena Andrés Suárez, que es quien prologa su libro, da un mensaje contundente al respecto: «Efectivamente, la dimensión interior es la que nos capacita para pasar de estar sujetos ser sujetos. Dicho de otra manera, cuando vivimos de espaldas a nuestra interioridad, nos convertimos en seres sujetos a todo tipo de dependencias y limitaciones». Quien no entra en contacto con su interior no se conoce, no sabe quién es y, por tanto, vivirá siempre dependiente de lo que los otros le digan sobre sí mismo, creerá ciegamente cualquier expresión que reciba de fuera. Por eso, el cultivo del yo se vuelve necesario, ya que aportalos elementos profundos y necesarios de la construcción de nuestra propia identidad.

 

Por su parte, el término espiritualidad es abordado desde dos lugares: uno que se deslinda completamente de cualquier tradición religiosa, es decir, algo así como una definición laica; y el otro que integra los elementos de nuestra confesión cristiana. Así, la clave de lectura aconfesional entiende que la espiritualidad es el elemento de trascendencia que se encuentra dentro de nosotros mismos. Se entiende como «algo más que rebasa nuestra identidad y le da sentido a nuestra vida» (Joseph Otón). Son los valores trascendentales que integran al ser humano. Esos que le hacen descentrarse, salir de sí mismo y aperturarsehacia la gran Alteridad, hacia la realidad y hacia los otros. 

 

Sin embargo, el cultivo de la espiritualidad considerada esta como parte integrante del sujeto, sin mirar que también es el Trascendente mismo, el gran Otro (Dios), dentro de nosotros, puede reducir su margen de ejercicio y creer que todo trabajo espiritual depende únicamente del sujeto que lo ejercita. De hecho la UNESCO comparte esta visión, ya que invita a vivir la espiritualidad para «renovar permanentemente nuestra mente y lograr un desarrollo humano, personal y colectivo». Lo cual no está mal. Es algo bueno. Pero deja de lado a Dios-Persona para centrarse en un ejercicio de auto descentramiento personal. No se sabe si esto se pueda, ya que para salir de sí mismos es necesaria siempre la presenciaestimulante que provoca el Otro. 

 

Desde nuestra tradición cristiana, espiritualidad viene de Espíritu, viento, «Ruah», término hebreo que trató de designar esa realidad intangible, pero que se puede reconocer con un modo posible de conectar con Él. Es el Espíritu de Dios, el gran Otro que habita la interioridad del ser humano. Desde aquí, podemos mirar en ambas direcciones: hacia Dios mismo que habita en mí, que es distinto a mi interior, así como el aire que entra cuando respiro, que no me pertenece pero que lo respiro y se hace parte necesario en mí para vivir; y también a mi propia realidad. Somos ese receptor activo que hace consciente su presencia. Y, siguiendo esta metáfora, el mismo autor Catalán comenta que la espiritualidad (Espíritu) es como el viento que se respira y la interioridad es el pulmón u órgano que lo registra.

 

Por lo tanto, la vida espiritual no se reduce únicamente a esa búsqueda de confort interior o de quedarse en un «sentir bonito» narcisista, sino en todo esfuerzo de conexión y de encuentro, desde el interior, con el gran Otro que habita en mí. Todo esto guiado por la gracia que se experimenta y que dinamiza el propio corazón para conseguir la adhesión de nuestra voluntad a la suya. El resultado de todo ello será la unificación del alma con el Señor.

 

Finalmente, la religión bien entendida «implica propiamente un orden a Dios. A Él, en efecto, es a quien principalmente debemos ligarnos como a principio indefectible» (Santo Tomás). Aunque viene de la raíz latina religare que significa religar o atar con fuerza, significa todo el esfuerzo por unirse firmemente a Dios. Sin embargo, esta se ha entendidode modo reducido, como un «conjunto de creencias, normas y prácticas que se relacionan con la divinidad» (RAE), quedando así una práctica que mira más el culto y los ritos devocionales que la implicación personal, total, de cara al Creador y Señor.

 

Con todo esto, podemos afirmar que sin interioridad no hay espiritualidad posible y que sin espiritualidad la interioridad no tiene razón de ser. También que todo acto o rito religioso sin espiritualidad que toque el interior no tiene sentido alguno, solamente el mostrar una expresión exterior de cumplimiento. En el encuentro con el Otro (espiritualidad) el individuo deja de ser el centro de gravedad para sentirse parte integrante de Alguien que lo supera (interioridad); se encuentra con la Palabra encarnada que lo guía y lo transforma para conducirlo a la plenitud de vida; y le religa profundamente con Dios y con la comunidad (religión), siendo un miembro proactivo de vida, de fe, de caridad y esperanza. Por lo tanto, interioridad, espiritualidad y religión se implican mutuamente, ya que van siempre unidas.

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