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Foto del escritorLuis Ariel Lainez Ochoa

¿Quién puede aceptarte Jesús?



En nuestra memoria, en nuestro corazón, en nuestra historia espiritual no es difícil identificar pasajes de la vida de Jesús que nos han conmovido, enternecido, asombrado. Sin embargo, hay algunos textos de la Escritura que poco conocemos y en los que probablemente también poco nos hemos detenido. El texto de este domingo es uno de ellos.


Ya no a los jefes religiosos o a los poderosos del tiempo, sino para sus mismos seguidores las palabras de Jesús se vuelven cada vez más duras, intolerables, poco ajustables a la mentalidad del pueblo y de la época. Por ello, algunos miembros del grupo expresan abiertamente que ya no les es posible caminar en pos del Señor, aceptar su propuesta.


Al percatarse de ello, Jesús deja claro que solo quien se atreve a escuchar con la unción del Espíritu es capaz de comprender y recibir el mensaje de vida eterna que Él transmite y comunica. A su vez, no repara en afirmar que algunos a pesar de haber visto, de haber estado presente, de haber palpado, se niegan a creer. Es indudable ahora que la vida divina que el Nazareno obsequia, se presenta como invitación nunca como imposición. Solo los corazones y las mentes abiertas son capaces de darle cabida.


El diálogo último entre Jesús y Pedro es conmovedor y emocionante. El Maestro ve que algunos de los suyos se retiran, voltea a ver a su grupo más íntimo, a la familia que ha nacido en el trato cotidiano y fraterno, a ellos les pregunta si también se van a ir. Simón en su arrebato ha exclamado una de las verdades más profundas de todos aquellos hombres y mujeres que a lo largo de la historia se han dado cuenta que nada permanece, que nada es seguro, que todo es finito menos el mensaje de amor que Jesús ha traído. Señor ¿a quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!


Pedro sintetiza la experiencia de todo aquel que cree libremente, que ha dejado a un lado la pretensión de entenderlo y sopesarlo todo (como aquellos que se marcharon), y se han propuesto reconocer al Dios que camina a su lado.


En el silencio y en el recogimiento imagino interiormente a Jesús delante de mí, mirándome con cariño y atención. Me pregunto: ¿por qué me sigue costando aceptar el mensaje de Jesús en mi vida?, ¿Qué parte de la propuesta del Señor me parece más difícil de aceptar?, hoy ¿me quedaría con el Señor o me uniría al grupo que se marcha?, ¿Cómo se encuentra mi corazón y mi mente, abiertos o cerrados? Le pido al Padre me regale la gracia de ir al Hijo y de permanecer en Él.

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