¿Quién es mi prójimo?

Jesús es puesto continuamente a prueba por los maestros de la ley. A veces, de la misma forma en que nosotros lo ponemos a prueba, haciéndole preguntas y pidiéndole que demuestre ser quien en verdad dice. Pidiendo milagros para creer, y prometiéndole cosas a cambio, como si Él necesitara convencernos de su existencia y amor por nosotros.

De la misma forma, los maestros de la ley le hacían preguntas, cada vez más complejas, para ver si de verdad sabía contestarlas.

Jesús le responde con una reflexión que culmina en la pregunta de quién es mi prójimo.

Los maestros de la ley conocían todas estas respuestas, pero quieren escuchar lo que piensa Jesús. Él les contesta con una parábola para que, mediante ejemplos, todos los que lo escuchan lleguen a la conclusión de quién trata a los demás como su prójimo.

Para su sorpresa, no es ni el sacerdote ni el levita el que se detiene a ayudar a la persona necesitada -para sorpresa y quizá enojo de los maestros de la ley-, sino que es el samaritano. Aquella persona de quien no se esperaba nada.

En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a reflexionar: ¿Quién es mi prójimo? ¿Es mi grupo de amigos, con quienes siempre muestro mi mejor cara? ¿Es mi familia, a quien me es más fácil amar? ¿O es quizá, aquella persona que me lastimó, y con quien suelo darme la vuelta para no encontrármelo o tenerlo que ayudar?

Reflexionemos en este domingo como quién nos comportamos. Si como el sacerdote o el levita, que buscan no tener contacto con el prójimo, que buscan no ayudar a los demás… o como el buen samaritano, que da todo por ayudar a quien se encuentra, sin dudarlo, sin importar que no sea un miembro de nuestra familia o alguna persona que pueda retribuirnos el favor.

El día de hoy, ¿Cómo me dirijo a los que están a mi al rededor? ¿Me muestro dispuesto a ayudarlos? ¿Doy incluso más de lo que tengo, o por el contrario, limito mi ayuda sólo para quedar bien…? Pidamos a Dios la gracia de amarlo por encima de todas las cosas, y de ver a nuestro prójimo en todos, para amarlos como a nosotros mismos.