Quedarse o alejarse de la zarza ardiendo
¿Qué habría pasado si Moisés, en lugar de descalzarse y quedarse ante la zarza ardiente dialogando con Dios, se hubiera retirado de ahí? Qué habría pasado con la liberación de su pueblo y con la gran relación que se formó entre ellos si se hubiera ido diciendo «-Este es un momento y un lugar sagrado, hay que respetarlo y salirme de aquí». Si hubiera pensado y hecho esto la oportunidad se perdería y, peor aún, Moisés se habría quedado con la falsa sensación de haber hecho lo correcto
Aunque nos parezca increíble, a veces los acompañantes espirituales podemos reaccionar de este modo. A muchos de nosotros nos ha pasado que, al escuchar en quien acompañamos una experiencia de Dios, nos maravillamos y nos descalzamos llenos de reverencia, pero nos alejamos de ahí, trayendo a nuestro acompañado/a con nosotros, y haciéndole perder la oportunidad de profundizar en la relación y en el diálogo con Dios.
Pongamos un ejemplo: una persona narra a su acompañante que una mañana, al salir de casa rumbo al trabajo, cargando sus herramientas, se dio cuenta de que su hija lo miraba con orgullo. Pasaron los días y aún recordaba con gratitud ese breve momento. Al narrar lo sucedido daba muestras de emoción, y decía que estaba muy agradecido con Dios por su hija, por toda su familia y por el trabajo, que ha sido pesado los últimos meses. Su acompañante se emociona con él y le dice que sí, que es bueno agradecer por eso. Inmediatamente le pregunta cómo cree que puede mejorar su papel como padre de familia y como trabajador. Ambos charlan sobre las dificultades que viven quienes cuidan de su familia y cómo necesitan confiar en Dios para cumplir con su misión. La entrevista termina, y la acompañante espiritual termina contenta por haber sido testigo del paso de Dios en la vida de su acompañado.
Este acompañamiento es bueno, pero sucedió algo parecido a la historia en la que Moisés se aleja de la zarza ardiente en lugar de quedarse cerca de ella en diálogo con Dios. Aunque ambos hablaron a propósito de la experiencia que se narró, y quizá sospecharon algunas invitaciones que Dios podría tener para él, no se detuvieron ante la escena. Por ello no pudieron atender a la presencia de Dios en ella, o a lo que Él reveló de sí mismo esa mañana.
¿De qué manera podríamos «quedarnos ante la zarza ardiente» como lo hizo Moisés en el desierto? Pongamos algunas opciones: podríamos preguntarle para empezar cuándo sucedió, dónde; que hablara más sobre su hija (¿Cómo se llama? ¿Qué edad tiene?); pedirle que hable más sobre cómo se dio cuenta de que lo miraba, sobre la forma en que lo miró, y lo que percibió en esa mirada. Para esto será útil invitarlo a guardar unos segundos de silencio poniendo atención a sus recuerdos. Probablemente empezará a revivir la escena y a gustar más el orgullo que percibió en su hija; quizá dirá que, además de orgullo, hubo un gesto que a él le parece de satisfacción. En casos como éste, al preguntar si esta mirada de su hija le parece el regalo de Dios que dijo recibir, lo más frecuente es que la persona reconozca que así es y se sienta aún más agradecida. Es muy útil entonces guardar otro momento de silencio para sentir esa gratitud hacia Dios por esa mirada. Luego, al preguntarle por qué se siente así, la respuesta más común es: «Fue como si Dios me mirara como un papá mira a su hijo que hizo algo cansado, pero muy bueno». Parece que Dios me miró así a través de mi hija.
Esta segunda versión de la entrevista está tomada de muchos casos semejantes que he acompañado, y creo que en ella la persona no solo termina agradecida por haber tenido una, sino que se da cuenta de lo que Dios estaba comunicándole con la experiencia que tuvo. Al poner atención a lo que sucedió en el momento narrado, al detectar lo más significativo, y al contemplarlo, pudieron darse cuenta de que Dios mismo estaba comunicando cómo miraba su vida y eso lo animó a continuar su misión familiar.
Comparando el caso que presento con el episodio del Éxodo, podríamos decir que la experiencia que tuvo el padre de familia aquella mañana sería el equivalente de la zarza ardiente que vio Moisés; la consolación espiritual que parecen tener el acompañado y la acompañante al narrarla y al escucharla podría representarse por el momento en el que Moisés se da cuenta de que está en tierra sagrada; y la gratitud de ambos podría corresponder al momento en que Moisés se descalza con reverencia. Sin embargo, en el primer ejemplo el acompañante se retira de la escena narrada y empieza a platicar a propósito de ella, sin interesarse por recordar más detalles de lo vivido. ¡Esto sería como si Moisés, después de descalzarse, se alejara agradecido de la zarza, pero interrumpiendo el diálogo con Dios!
¿Cuál es nuestra reacción como acompañantes cuando una persona nos habla de una experiencia que parece ser de Dios? ¿Ayudamos a recordar con lujo de detalles lo vivido o empezamos a hablar a propósito de ello o a hacerle «reflejos» de lo que escuchamos, o cómo nos sentimos, o a preguntarle a qué lo invita Dios? A juzgar por los muchos casos atendidos, creo que es mucho mejor que, cuando experimentemos que Dios se hace presente en la entrevista espiritual, nos detengamos en ello, manifestemos interés y ayudemos a revivir la escena que tanto ha movido a quien acompañamos. Dios se hará presente de nuevo y la persona podrá crecer en su relación con Él y en su servicio, tal como le sucedió a Moisés.
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