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Foto del escritorLuis Ariel Lainez Ochoa

Que mi duda se convierta en signo

Pudiera resultar contrastante el hecho de que la liturgia hoy nos sugiera una celebración comunitaria de la Palabra marcada por el regocijo cuando al inicio del texto contemplamos un Juan dudoso respecto a ese Jesús que ha comenzado a predicar la llegada del Reino.

Es este mismo Juan el que cuando vio a Jesús cerca del Jordán anunció con firmeza que este era el Cordero de Dios que elimina el pecado y la maldad; ante quien se reconoció indigno incluso de desatar sus sandalias. Encarcelado ahora manda a preguntar: ¿Eres tú de veras?

El Bautista, siguiendo la tradición profética de Israel anuncia y espera un Mesías guerrero y justiciero, un Mesías que devolviera al pueblo lo que les había sido quitado y expulsara a quienes les hacían sufrir. Sin embargo, este nuevo personaje propone actitudes claramente diferentes, su mensaje central es un Reino de paz, de hermandad, de perdón y reconciliación.

Que raro sería encontrar a un cristiano que no se haya hecho esta misma pregunta, que en algún momento de su seguimiento le hayan surgido dudas acerca de Aquél a quien sigue; dudas tan variadas y diferentes, pero siempre válidas: su existencia, la real posibilidad de vivir su estilo de vida, la validez de su mensaje hoy, las ventajas y desventajas del ser discípulo. ¿Eres tú de veras?

Curiosamente muchas veces sucede que estas dudas parecen estar prohibidas dentro de la misma comunidad de los creyentes, se mira con recelo a quien duda, nos causa conflicto aquel que cuestiona o pide una mayor explicación de algún aspecto de su fe que aún no logra asimilar; porque “de las cosas de Dios no se duda”, porque hay que creer sin rechistar.

En el texto de hoy -pero específicamente en Juan Bautista- encuentra cabida todo aquel que en algún momento se ha sentido atorado con algún tema de su fe. La actitud del Bautista es iluminativa, no le da vueltas a su pregunta en un monólogo interno que acabaría por llevarlo a encrucijadas; sino que envía a sus discípulos a preguntar directamente porque su corazón anhela conocer la verdad; Juan es figura del Adviento porque aún prisionero se pone en camino.

La respuesta de Jesús es contundente: no específica con un discurso detallado si él es o no es el Mesías, sino que invita a Juan -y hoy también a nosotros- a que agudice sus sentidos y contemple los signos: los ciegos ven, los sordos oyen, a los pobres se les anuncia la salvación. Muy probablemente los discípulos de Juan, cuando llevaron el mensaje de vuelta pudieron ratificarle al Bautista que esto era verdad, que Jesús de Nazareth obraba prodigios y hablaba con autoridad.

Hoy día, ¿quién hará los signos? ¿no seremos acaso los que nos llamamos sus discípulos los responsables directos de que los que van muertos en vida reciban la Buena Nueva y su vida se transforme? La duda del Bautista al final se transformó en un signo de salvación. Pido al Señor en la oración que también me conceda esta gracia.

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