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Foto del escritorPbro. Manuel Jiménez

Orígenes de la maldad del hombre



“Mientras estaba en Jerusalén durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en Jesús, viendo los milagros que hacía.

Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque a todos los conocía, y no necesitaba de informes acerca del hombre, conociendo por sí mismo lo que hay en el hombre”.

Esta es una lección fundamental de doctrina y de vida. Y cuando no estamos familiarizados con el lenguaje del Divino Maestro y de la Biblia en general, caemos en cierto pesimismo excesivo sobre la maldad del hombre. Porque pensamos que serían muy pocas las personas que actúan por amor al mal. Nuestro error viene porque ignoramos el inmenso alcance que tiene el primero de los dogmas bíblicos: el pecado original.

Nuestra formación, con mezcla de humanismo orgulloso y de sentimentalismos materiales nos lleva a confundir el orden natural con el sobrenatural, y a pensar que es caridad creer en la bondad del hombre, siendo que en tal creencia está la herejía pelagiana (Pelagio S.IV) y de Juan Jacobo Russeau, herejía que es el origen de tantos males contemporáneos.

No es que el hombre se levante cada día pensando en hacer el mal por puro gusto. Es que el hombre, no solo está materialmente entregado a su propia inclinación depravada (que no se borró con el bautismo) sino que está rodeado por un mundo enemigo del Evangelio, y expuesto además a la influencia del maligno, que lo engaña y lo mueve al mal con apariencia de bien. Es el “misterio de iniquidad” que S. Pablo explica en su carta a los Tesalonicenses. Por eso la necesidad de nacer de nuevo y renovarnos continuamente en el espíritu con el contacto de la divina Persona de único Salvador, Jesús, mediante el don que Él nos hace de su Palabra y de su Cuerpo y Sangre Redentora.


De ahí también, la necesidad constante de vigilar en uno mismo y en los demás, y orar para no entrar en tentación, pues apenas entramos en contacto, ya somos vencidos.


Jesús nos dá así una lección de inmenso valor para nuestro saludable conocimiento y desconfianza de nosotros mismos y de los demás, y los abismos de la humana ceguera e iniquidad que son enigmas impenetrables para pensadores y sociólogos de nuestros tiempos y que en el Evangelio están explicados con claridad transparente.


Al que ha entendido esto, la humildad se le hace camino luminoso, deseable y fácil. Es el nuevo nacimiento por la fe. Puede decir con María Sma: has mirado la humildad de tu esclavo.


 



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