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Dr. Alejandro Gutiérrez Robles

Orestes, un mensaje de libertad para nuestros días




La escena era ciertamente inusual; los dioses del Olimpo discutían airados sin alcanzar acuerdo. Mientras unos esgrimían argumentos, otros simplemente seguían sus emociones; el hecho es que no había consenso respecto a la causa que les tenía ocupados pues deliberaban en torno a un acusado cuya sentencia los mantenía desde hace ya un buen rato divididos con seis de los votos posibles en su contra y con los otros seis restantes a favor del procesado.


Y no era para menos, toda vez que el caso a más de inusual era escalofriante: Orestes de Tebas era procesado por incurrir en parricidio. Hecho éste que, sincero y sin ambages, reconocía el acusado apelando a la memoria de su padre asesinado por su madre de manera tan desleal y alevosa que la única forma de limpiar la deshonra del difunto era dando muerte a aquélla…y así lo hizo.


La medida del drama era de tal caladura y los argumentos tan sólidos a uno y otro lado que ni el mismísimo Zeus había podido desatar aquel nudo gordiano. De modo que, muy a su pesar, tuvo que convocar como cosa extraordinaria a la diosa Pallas Atenea confiriendo a ésta voto de calidad para salir del brete.


Atenta, como siempre, la diosa de la guerra, de la estrategia, de la sabiduría y la justicia escuchó sin dejar escapar exclamación alguna, sin fruncir el ceño, ni expresar en modo alguno la impresión que intentaban provocar tanto quienes formaban parte del bando acusador, como quienes se esmeraban por lo mismo en el bando contrario.


Descargada cuanta evidencia y razón asistían a fiscalía y defensa, el aire se hizo denso; casi irrespirable; parecía que no se cortaba ni con cuchillo. Las miradas de la concurrencia se posaron expectantes sobre Pallas Atenea; sobre esa diosa siempre distante y fría; elegante y digna; penetrante y serena. Al fin se incorporó; la seda de su toga caía grácil y discreta a tono con el talante de quien tenía en las manos el fiel de la balanza. Levantó la mirada hacia punto indefinido y con voz limpia y firme dictó sentencia: “Que se descargue de culpas y de toda suerte de juicios y procesos a quien ante esta jurisprudencia hoy se presenta pues en su favor concurre el ser el primer hombre libre de Atenas. Así queda dicho, así se proceda.”


Todos enmudecieron ante el soberano juicio; Orestes se inclinó ante la diosa y se hizo al camino. El resto se fueron retirando uno a uno llevándose consigo la tarea de ser libres como Orestes. Y es que, más allá de los trágicos detalles que aderezan el relato que debemos a Eurípides, ciertamente hay lecciones de vida y libertad que merecen considerarse para los tiempos que corren.


Pues la libertad consiste en confiar sereno y firme en que sin duda subsiste ocasión que convalide no tener por qué estar tristes.


Apelar a lo que soy, conocedor de mis límites y avanzar a donde voy a pesar que fatigue.


Porfiar en lo que he soñado contra toda circunstancia puesto que queda constancia que si no pies, tengo manos; o boca si en última instancia, de esta forma fui dotado.


Y, si a otro extremo vamos, al menos tendré mirada acuciosa y avezada para escudriñarlo todo y aprender de la nada.


O si peculiar destino ningún sentido dotara, entonces me haré de hermanos que den luz a mi mirada.


No es la condición la nota que define a qué he venido pues mi decisión trastoca obstáculo en desafío.


No es la elección lo que importa pues ni vivir elegimos; nuestra identidad se forma sólo cuando decidimos el ser que en cada cual mora dotándonos de sentido.


De ahí que sea indispensable fidelidad a sí mismo(a) evitando apostarse a la vera del camino; evitando acostumbrarse a ideología y prejuicio; introyecto y dependencia; simulación o artificio.


Ya que hasta consagrarse a cualquier causa o designio, requiere el apropiarse de lo que ser se ha querido pues no logrará donarse quien jamás se ha tenido.


Si el mitológico Orestes en nuestro siglo viviera, sería condición primera apartarse del bullicio y, en medio del sincretismo, formarse su propio juicio a fin de abrirse camino lejos del viejo flautista que conduce al precipicio.


Después, muy probablemente, tendría que deshacerse de la imagen de sí mismo; de ésa a la que consagramos nuestro afán y su destino; de ésa que vista con calma, se reduce a un espejismo.


De modo que sin el lastre del “se dice” y del “yoísmo”, muy ligero se apease allá por la senda ignota… la que desafía al destino.


Finalmente, sin ambages, para actualizar el mito al nuevo Orestes le falta deshacerse del ligamen con que atan codependencia, chantajes y narcisismo. Entonces y sólo entonces, repetiría la hazaña de ser libre y responsable, valeroso y creativo; comprometido y honrado; humano en todo sentido.

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1 komentář


Virginia Morales Colorado
Virginia Morales Colorado
26. 9. 2021

Excelente.

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