¡No hay rutas alternas! El Señor nos marca claramente el camino

La palabra de Dios de hoy nos sitúa en el primero de los tres anuncios que Jesús hace de su propia pasión a cargo de las autoridades religiosas y de su decisión de que así suceda. Pedro, quien había sido ensalzado por el Maestro al confesarlo como el Cristo, es ahora amonestado fuertemente por Jesús al negarse al proyecto de salvación que el Padre ha dispuesto para Él. Gran contraste. El apóstol es figura de todos aquellos que imaginamos que en el camino del Señor solo cabe el éxito, el triunfo y el reconocimiento; sin embargo, el mesianismo de Jesús implica también dolor y sufrimiento.

Ante lo sucedido, Jesús se dirige a sus discípulos con franqueza: quien quiera seguirlo precisa tener bien claro la renuncia a sí mismo y el cargar con la cruz. No existen rutas alternas, no hay vías cortas. Estamos invitados pues, a soltar esos proyectos y deseos personales que muchas veces solo nos embotan la mente y el corazón y que, al conseguirlos, solo nos dejan una sensación de hastío y cansancio.

Por ello, Jesucristo lanza esta pregunta que llega al tuétano del alma: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?, ¿y qué podrá dar a cambio para recobrarla? En la popular serie de Netflix, La Catedral del Mar, basada en la obra de Ildefonso Falcones se encuentra un diálogo muy similar. Arnau (el protagonista) va a la guerra huyendo de sí mismo y de sus responsabilidades; el capitán Montaner, descubriéndole, le dice: “Un soldado que no teme a la muerte es un valiente, pero un hombre que teme a la vida es un cobarde. ¿Cuál de ellos eres tú?”

Hoy, en la presencia del Señor, leo el texto: Mt 16, 21-27 y me pregunto: ¿de qué me sirve desgastarme tanto por lo que creo que me hace feliz, pero al final me deja vacío? ¿Cuáles son las renuncias que necesito hacer para recorrer el camino por el que Jesús me llama? ¿Qué temo perder por seguir a Cristo? ¿Qué disposición tengo hoy para escuchar la voz del Señor, seguirle y servirle?