No amar por miedo es enterrar la felicidad
Actualizado: 27 feb 2021
Alguno, siguiendo fielmente el pensamiento de nuestra cultura actual, pudiera pensar: ¡Qué injusto es ese amo cuando pide más de lo que él da! ¡El siervo que devolvió fielmente el talento que le dieron no cometió ningún atropello! ¿Por qué le hacen tanto drama? Quien así examina el evangelio dejándose llevar por estas oleadas donde se da la primacía al yo humano tan exigente de sus derechos, pero tan distraído de sus obligaciones, prescinde de un conocimiento (experiencia) real del Señor.
Un discípulo cercano al Señor sabe que el miedo insano, es decir, el miedo que ata a la persona y le impide actuar, nunca será un buen consejero. Lo que la parábola muestra con claridad son algunas verdades: Dios es el dueño, el hombre no, y por más que busca autoafirmarse sobre toda la creación, acaba por convertirse en su más temible depredador. Hoy tenemos muchos datos acerca de ello. Nuestra casa, el mundo, nos está expresando cada día más su sentir. Y, siguiendo este texto evangélico, algún día tendremos que dar cuentas de todo eso.
Sin embargo, uno de los puntos clave de esta parábola es el talento recibido. Es decir, si lo que se tiene no es propio, sino que lo ha regalado Dios, o dicho de otra manera, que si los regalos como la vida, la salud, la educación, los padres, los hijos, la familia, la inteligencia, el corazón, etc., vienen del Señor, entonces la pregunta es ¿qué he de hacer con todo ello? ¿Guardarlos y conservarlos simplemente? Nada de eso. El Señor no da una luz para que esta se oculte, ni enciende una lámpara para que se meta debajo de la cama.
La consiga es la de poner en juego los propios talentos. Se trata de negociar con ellos aunque esto genere un poco de riesgo. Quien se deja frenar por el miedo a «perder» lo que tiene, no se ha dejado permear por el pensamiento de Jesús. Lo que el Señor da no es para un disfrute en solitariedad, ni para darnos con ello la felicidad de una tranquila seguridad, sino para la alegría de sentirnos parte de la aventura de una vida donde cada uno pone lo que ha recibido para cambiar la faz de la tierra. Dios da talentos para que, con ellos, ayudemos a la construcción de su Reino. Por tanto, aquel que no quiere arriesgar por miedo a perder lo que cree tener y se limita conservarlo o guardarlo, acaba también por perderlo. Quien no quiere amar por miedo a los riesgos, acaba por enterrar toda posibilidad que Dios le da para el camino de la bienaventuranza o felicidad.
Leo de nuevo el evangelio y medito: ¿Qué me dice a mí todo este drama del siervo que no supo dar una respuesta acertada? ¿Cómo me relaciono con todo lo creado? ¿Me he adueñado como un depredador voraz o hago un uso razonado de nuestra Casa común? ¿Pongo al servicio del Reino mis talentos o los escondo? ¿Me he animado a amar desde la óptica cristiana que significa salir de uno mismo para servir, donarme, entregarme, incluso hasta sacrificarme por los demás? ¿Qué me dice todo esto? ¿Qué estoy haciendo con mi vida y con lo que Dios me dio?
Kommentare