Nadie puede arrebatarlas de mi mano
En esta ocasión, el pasaje que se nos sugiere para nuestra meditación es brevísimo; lo componen tan sólo tres versículos (Jn 10, 27-30), en los que se condensa una profunda experiencia existencial. La forma en la que Jesús habla es una completa sacudida, son cuatro renglones llenos de esperanza.
Vemos a Jesús de cara a los judíos diciéndoles: “mis ovejas escuchan mi voz”. Estamos en un mundo estridente, en la sociedad del espectáculo y del estruendo, muchas voces se escuchan todos lados que terminamos por no escuchar nada, sordos, aturdidos, inquietos. Pero, las ovejas del Señor escuchan su voz. Hay muchas voces pero una sola es la Voz. ¿Tengo la disposición de aprender a escuchar?, ¿cómo es la voz del Señor?
“Yo las conozco”, Jesús no dice “ellas me conocen”, el misterio de Dios es impenetrable, la razón no alcanza. Qué bello que Jesús diga que es Él quien nos conoce. Cuando conocemos alguien, muchas veces brota la comprensión, el cariño, la empatía ¡Él nos conoce!, a Jesús le resultamos familiares. No le somos extraños, nos conoce por completo. ¿Cómo me hace sentir esto?
“No perecerán jamás, nadie la arrebatará de mi mano, yo les doy la vida eterna”, escuchar esto de labios de Jesús es fascinante. Él nos da la vida eterna, nada puede sucedernos fuera de sus manos: estamos en sus manos, jamás pereceremos. Hasta en dos ocasiones aparece en este brevísimo texto la expresión “nadie puede arrebatarlas de mi mano”. ¡Estamos en sus manos!, en sus manos nos ha puesto el Padre.
Vuelvo al texto, escucho a Jesús decirme “no perecerás, nadie te arrebatará de mi mano”. Dialogo con él sobre lo que siento y pienso al respecto.
El simple hecho de saber que el Señor me habla es para mi hermoso, si me habla sabe que estoy, quien soy, como estoy, si me habla sabe que lo escucho y que tenemos un dialogo de amor.