Nada me puede separar de Dios
Para adentrarse en los misterios de Jesús, algunas veces es necesario agarrarse del testimonio y del proceso de fe de quienes estuvieron muy cerca de Él. La Ascensión del Señor, que hoy se celebra, rebasa nuestra comprensión. No se puede explicar con nuestra lógica. Por eso, se recurre al hecho mismo, pero desde la clave de lectura de los discípulos y testigos del Señor.
Lo primero que se resalta es que ellos están presenciando el término de una etapa. El misterio de la vida terrenal de Jesús de Nazareth ha llegado a su fin. Los discípulos vislumbran que ya no podrán relacionarse con su Maestro y Señor dependiendo de su presencia física. Desde este momento aprenden que su relación con Él se ve afectada con una nueva realidad. Nuestro Señor ya ha trascendido toda situación material, es decir, se ha hecho independiente del espacio y del tiempo, para siempre. Es todo un cambio que sí apunta hacia las alturas, pero también a lo profundo de la realidad. El Señor asciende para que elevemos el nivel de vida desde Él. Y al mismo tiempo asciende para adentrarse en lo profundo de la realidad y fundamentarla.
San Pablo lo dice de esta manera: «Estoy seguro de que nada, ni en la vida ni en la muerte, nos puede separar del amor de Dios que se ha hecho realidad en Cristo Jesús» Rm 8, 38-39. Ve al Señor que ascendió, fundamentándolo todo en el amor, desde su persona y presencia que lo abarca todo.
Por otra parte, también significa para los discípulos un inicio. El texto menciona que una vez que el Señor se elevó a los cielos, «ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo». No apesadumbrados ni acobardados, sino rebosando de alegría porque ahora estaban totalmente convencidos de que tenían a un Maestro y Señor de quien nada ni nadie los podría separar ya. Vivían con la certeza de que tenían a un Amigo en el cielo, y no solo en la tierra. Por tanto, vivían con nuevas esperanzas y alegrías. Más tarde estas se verán confirmadas con sus actitudes de gozo incluso ante el hecho de la muerte misma. ¡Cuánto gozo concede Aquel que vive para siempre!
Leo de nuevo el evangelio y me pregunto: ¿Cuál es mi estado actual espiritual? ¿Puedo percibir en mí el gozo del que atestiguan los discípulos? ¿Me siento seguro (a) y fundamentado (a) en el Señor que trasciende el tiempo y el espacio? ¿Por qué sí o por qué no? ¿A qué me invita el misterio de la Ascensión del Señor, de modo concreto? Habla de esto con el Señor.
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