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Pbro. Francisco Ontiveros Gutiérrez

Muestra sus heridas


Sin empacho ni rubor el autor sagrado dibuja el ambiente en que se encuentran los discípulos, envueltos en una espesa oscuridad que los encierra. Están en “la noche”, con esta nota se expresa algo más que las simples horas del día destinadas al descanso y se habla de algo más, de una situación vital, de una condición de su existencia. Andan de noche, a oscuras. Ellos, los discípulos, los amigos del Maestro, los que escucharon de sus propios labios que resucitaría, ahora, en su noche oscura están encerrados por miedo a los judíos. Tienen miedo de perder la propia vida y correr la suerte de Jesús. ¿Qué me hace pensar esto?, ¿Qué me dice de mi propia vida?, ¿Qué realidades me encierran física o emocionalmente?

La pascua nos enseña el tacto y la proximidad de Jesús: se acerca a Magdalena y escucha su frustración y su lamento. Se acerca a los caminantes de Emaús y se interesa por su tristeza. Ahora entra al escondite de los discípulos. Él entra consciente del miedo que paraliza a sus amigos. Para Él no hay barreras, siempre toma la iniciativa; siempre nos busca, siempre primerea. ¿Experimento la delicadeza con que llega Jesús a mis encierros y frustraciones?

Vemos a Jesús lleno de ternura y compasión. Se pone en medio, en el corazón de la comunidad, Él nos mantiene en el centro. Jesús llega a comunicar la paz, y muestra las evidencias que lo acreditan. No esconde las llagas como un super héroe, no las borra; las transforma, las glorifica. No lo vemos disertando un impresionante discurso, simplemente muestra las llagas: enseña las heridas. ¿Qué lugar tiene Jesús en mi vida y en mis ambientes?, ¿Dejo que él transforme mis llagas?, ¿escondo mis heridas?

De nuevo en domingo el resucitado se aparece lleno de ternura y comprensión, empático y amable. Sopla el hálito de la vida, el Espíritu, el Señor y dador de vida que vuela sobre el caos vivificando, ordenando. Eso alegra a unos discípulos y para unos con eso es suficiente. Sin embargo, para los que necesitan más, como Tomás, es necesario hundir la mano en las heridas del Maestro. Tocar las heridas también ayuda a creer, a reconocerlo.

Luego de esta experiencia el Señor envía de nuevo a sus discípulos, los manda como mensajeros de esta experiencia.


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