top of page
Foto del escritorPbro. Artemio

Mirar a la familia desde dentro

La celebración del último domingo del año, donde sigue vivo y muy presente el tiempo de la Navidad, nos hace contemplar detenidamente a la Sagrada Familia: Jesús, María y José. Las lecturas están llenas de la fecundidad humana y de la presencia amorosa de Dios. A través de la Familia de Nazaret podemos meditar sobre su realidad de cara a Dios, y Dios mismo con ellos, pero también podemos considerar nuestra propia vivencia familiar. 

 


El Padre Bueno, el «Eterno Señor de todas las cosas», primero insiste con amor en demostrarnos que para Él no solo nos podemos llamar hijos suyos, sino que lo somos (Cf. 1Jn 3, 1-2). Es la carta de invitación que nos ofrece. Dios siempre viene a los suyos, nos ama hasta el extremo, y nos cuida con atención paterna. 

 

Por otro lado está la propia realidad. Esa que a veces juega a nuestro favor, pero otras tantas nos sorprende y no siempre con agrado. La familia del Hijo de Dios no fue la excepción. Primero, el nacimiento de Jesús, fuera de casa, en tierra ajena, sin las providencias y seguridades que se tienen en el hogar; luego, salir huyendo más lejos, dejándolo todo, y asumiendo la vida de un país extraño. Y, con el evangelio de hoy, estando ya en su tierra, camino al templo de Jerusalén, perdiendo al Hijo de sus amores, a nuestro Señor Jesús. 

 

¡Vaya racha! Rechazo, persecución, destierro…  Cualquiera de las familias modernas ya hubiera renegado, o tal vez sucumbido en medio de tanta dificultad. Sobre todo cuando la expectativa se puede disparar tan alto, creyendo honores y méritos por ser una familia elegida por Dios. Sin embargo, la familia de Nazaret no. Ellos se mantuvieron en pie. ¿Cómo es que pudieron salir adelante serenos y cada vez más unidos?

 

La respuesta, desde luego está en el amor. Cuando es la fuerza que une, la dificultad solo refuerza el vínculo. El amor de este joven matrimonio se fue construyendo sobre la base de la confianza sin límites, sobre la aceptación plena del otro, sobre el respeto y el cariño. Y de cara a Dios, sobre una fe y una confianza inquebrantables. Aceptaron de Dios su guía y cuidado y lo que les proporcionó para vivir. No más.

 

Al mirar a nuestras familias detectamos, entonces, que de fuera nos vienen realidades que nos amenazan, como a Jesús, María y José; pero también podemos considerar los enemigos que pueden emerger desde dentro, que provocan destrucción y divisiones varias. De hecho, parece que los enemigos más severos de las familias son los que nacen de dentro. 

 

Hoy decimos que la familia sufre ataques ideológicos, sociales, educativos, políticos, económicos y de seguridad. Y es verdad. Sin embargo, todo ello puede ser sostenido cuando los vínculos entre todos se mantienen en el amor, en la confianza y en la aceptación del otro. Pero cuando esto se debilita, todo lo demás adquiere una fuerza destructiva imparable.

 

Tal vez hoy, ante el espejo de la Familia de Nazaret, podemos mirar sin miedo hacia adentro, hacia el interior de nuestras familias. Con sinceridad, con amor y con respeto, pero también con audacia y firmeza, tratando de revisar qué es lo que se está muriendo por dentro y dejar de quejarnos de los ataques que vienen de fuera. Tal vez convenga la luz del Señor para seguir construyendo juntos los lazos familiares que buscan siempre la unidad y el amor.

 

Considero estas realidades. Me pongo delante de la familia de Nazaret y considero lo que vivo en casa, con mis seres queridos. Hablo de esto con el Señor. 

 

56 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page