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Foto del escritorLuis Ariel Lainez Ochoa

Me salvaste y me sigues salvando


Como brisa fresca en el rostro se nos presenta hoy la Palabra, como sorber agua después de haber caminado horas bajo el sol, como el volver a casa después de haber pasado tanto tiempo sorteando la vida fuera de ella; así ha pintado Lucas en este episodio el corazón de su Evangelio.

Es muy probable que en algún momento -sea próximo o remoto- todo cristiano haya escuchado alguna de estas parábolas llamadas de la misericordia, hoy se tiene la dicha de escuchar las tres. Quizás a propósito se han colocado de este modo porque para muchos creyentes sigue siendo muy difícil creerle a Dios, creer que se puede comenzar otra vez, creer que se puede cambiar, creer que es posible volver a creer, volver a confiar.

Contemplamos a un Jesús incluyente, al Maestro que busca que toda su audiencia comprenda interiormente cuan profunda y real es la misericordia del Padre. Utiliza el ejemplo de la oveja para que lo comprendan los varones, utiliza la moneda para que también lo comprendan las mujeres, nos narra la historia del hijo rebelde para que lo comprendamos todos.

Si no reparamos con cuidado en cada imagen se corre el riesgo de una interpretación melosa y superficialmente sentimental, que nos puede conmover momentáneamente al mismo nivel que lo hace una historia triste o una canción que trae algún grato recuerdo.

Sin embargo, en cada parábola los personajes han llegado a situaciones límite: se encuentran perdidos. ¿Cuántas ideologías tanto religiosas como ajenas a algún credo nos dicen hoy que el pecado no existe y no hay nada de que preocuparse?

En cambio, más allá de una interpretación condenatoria post-muerte del mismo, la Palabra deja claro que lo que se conoce como pecado es algo que me está dañando hoy, que fractura mis relaciones, que me mantiene en constante peligro, que sofoca, que impide crecer, que me lleva a pasar hambre, desesperación y desánimo. De ahí es donde rescata el Señor, porque su misericordia actúa hoy, en este momento. Me salva y me sigue salvando.

Únicamente cuando se reconoce la carencia de amor y de valor que atravesamos puede nacer en nosotros el deseo de levantarse y volver a la casa del Padre, vuelve a encenderse allí la esperanza de que aún podremos encontrar cabida en el corazón de Dios.

La alegría, el regocijo y la emotividad impregnan los desenlaces de las tres parábolas, son el sello de autenticidad de un verdadero encuentro con el amor de Dios. Tristemente los tonos grisáceos de este cuadro se hallan en el hijo mayor que no se decide a entrar, que no es capaz de alegrarse, que confunde la misericordia con injusticia, que no está abierto a la idea de que la salvación y el perdón se concedan tan fácilmente.

Buscando un lugar tranquilo le pido al Señor su gracia para interiorizar esta Palabra y me pregunto: ¿creo que Dios puede salvarme?, ¿alguna vez he pensado que hay personas que merecen no ser salvadas? ¿qué me dice esto de la imagen que tengo de Dios?, hablo de ello con el Señor.

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