¡Maestro, muéstrame el camino que da vida!
- Mario Alberto Castillo Luna
- 2 mar
- 2 Min. de lectura
El evangelio de este domingo nos muestra casi la parte final del discurso inaugural de Jesús, donde a través de distintas formas, quiere enseñar el camino para un auténtico discipulado. Mismo que implica una manera totalmente nueva de ver y vivir la vida.

En el capítulo 6, versículos del 39 al 45, el evangelista Lucas nos dice que Jesús continúa hablándoles a sus discípulos a través de parábolas, es decir, una serie de enseñanzas por medio de dichos y comparaciones de la vida ordinaria que encierran un mensaje profundo. Por ello, no en pocas ocasiones son desconcertantes para muchos.
La Palabra del Señor siempre interpela la vida del ser humano de forma directa o indirecta, en este caso lo hace de manera directa con la pregunta: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego?» (v. 39). Es importante señalar que Jesús habla aquí de manera metafórica. No está haciendo referencia a la falta del sentido de la vista. Los verdaderos ciegos son aquellos incapaces de percibir más allá de las cosas sensibles, que pueden ver a través de sus ojos, pues el motivo principal es su falta de fe. El Señor añade: «El discípulo no es más que su maestro, pero el discípulo bien formado será como su maestro» (v. 40).
Con esto, el Señor pone de manifiesto la necesidad que tienen sus oyentes de encontrar un guía, un maestro que les muestre el camino y horizonte seguro, que satisfaga sus necesidades más profundas. Aquí está la invitación y propuesta de Jesús. Él se manifiesta como el verdadero Maestro, que tiene el poder de hacer nuevas todas las cosas, pero es necesario que ellos lo descubran y hagan una opción fundamental por Él, pues solo así inicia el camino del discipulado. El Maestro necesariamente tiene que ir adelante, es quien conduce, guía e ilumina el sendero. Todo aquel que decide seguirlo va detrás y estátambién dispuesto a dejarse restaurar, sanar y transformar, de tal manera que, comodiscípulo, refleje y dé testimonio de su Maestro.
Siguiendo el relato, Jesús invita a dar un paso adelante a quienes le escuchaban. Através de la respuesta a su invitación a seguirlo, sus oyentes tienen que preguntarse:¿Quiero seguirlo? Y más aún, ¿estoy dispuesto a seguirlo? Dos respuestas bastante complejas. El Señor lo sabe. Por eso, sigue dándoles luces que les ayuden a quitarse la ceguera que les impide descubrir al verdadero Maestro. La ceguera que les impide hacer un camino de discipulado. Hay muchos motivos, pero enunciamos dos fundamentales: el primero es no tener claro a quién seguir y, segundo, no tener una dirección de vida con un sentido trascendente.
Un criterio de discernimiento que les da el Señor para ver cómo está su vida, son los frutos que han dado. Se los enseña a través de la naturaleza: «No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por sus frutos» (vv. 43-44). Jesús con esta comparación sencilla clarifica cómo reconocer a un discípulo que ha encarnado y aceptado su Evangelio. Es a través de sus frutos que lo pondrá de manifiesto.Sin duda, estas parábolas fueron para sus oyentes una interpelación fuerte para su vida,pero a su vez, una invitación y oportunidad para unirse al proyecto salvífico del Señor. Para ser discípulos de Jesús no basta solo con escucharlo, es necesario confiar en Él y su proyecto, dejarse conducir y transformar por su Persona y Palabra.
A la luz de este Evangelio, le pido al Señor que me ayude a descubrir aquellas realidades que me impiden reconocerlo como Maestro. Pido también que su Persona amorosa y misericordiosa me anime a superar las dificultades personales que me hacen titubear o alejarme de su seguimiento. Es una oportunidad para que, en diálogo con el Señor, reconozca mis frutos y las conductas a través de la cuales doy testimonio cristiano, pero también para hacer conciencia con sinceridad y humildad, de las incoherencias de vida, las dudas, preocupaciones, trabajos y cansancios que me alejan del Maestro y su proyecto, pidiendo que me ayude a buscarlo para encontrarlo. Todo esto, con la confianza de que Él camina y sigue escribiendo conmigo y con todos una historia de salvación.
Finalmente, pido al Señor la luz del Espíritu Santo para reconocerlo en medio de la vida cotidiana y dejar que Él me muestre el camino.
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