Maestro, aún estoy aprendiendo…
Jesús, en su papel de maestro y guía, continúa en este domingo hablándonos de la importancia de reconocernos discípulos. Las advertencias que enuncia siguen estando vigentes para ti y para mí.
Más allá de las actitudes que el discípulo debe tener para con el Maestro, Jesús alerta sobre las tretas que el discípulo puede toparse en sus relaciones con otros discípulos. La advertencia central tiene que ver con el reconocer claramente que el Maestro y Guía es Él; nos conduce porque, como hemos escuchado en los pasados domingos, el Espíritu del Señor está sobre él, le ha ungido. Así pues, Jesús ha sido iluminado mientras nosotros continuamos en ese proceso de poder ver con la mirada del Señor.
En el centro está el Señor, que acompaña y alecciona a todo discípulo de una manera particular y única. Le enseña que el ser discípulo es un camino progresivo que dura toda la vida, un aprendizaje cotidiano que sólo está disponible para quien quiera aprender.
En el lenguaje de hoy, el seguidor que de la manera que mide en su smart watch sus kilómetros recorridos, las calorías quemadas, la frecuencia cardiaca y el polen en el aire, quiere medir su progreso espiritual apresurándolo forzosamente en búsqueda de resultados inmediatos, lleva el riesgo de ser el ciego que caerá en el pozo por su prisa y voluntarismo.
El texto nos recuerda hoy que antes de intentar planear o modificar el plan de entrenamiento -seguimiento- del prójimo es prioridad revisar, bajo la inspiración del Espíritu, la vida misma. A ello se refiere la viga en el ojo. Quien retira tanto la viga como la astilla no es el mismo discípulo sino el amor misericordioso del Maestro. ¿De dónde viene entonces mi afán por corregir, por marcar un camino -MI camino-?, ¿en qué momento el Señor me concedió la tutela del progreso espiritual de mis hermanos?
Obras son amores y no buenas razones dice el dicho. El árbol se conoce por sus frutos dirá Jesús; porque la experiencia del conocimiento del Maestro se transforma en obras concretas de un amor generoso y real, pues de lo contrario habrá sido otra experiencia diferente, pero no una experiencia de encuentro con el Señor. Sin embargo no hay motivo para desesperar, porque aún no lo hemos aprendido todo, el maestro de Galilea sabe que caminamos a nuestro ritmo, que tropezamos, que podemos llevar una smart band, pero que a veces la brújula se queda en el buró y tomamos rumbos desconocidos. Él nos espera, confía en que sabremos llegar.
Delante de Dios examino las experiencias que yo he llamado espirituales y examino qué frutos han producido. ¿Está mi vida que llamo espiritual en relación con mi diario caminar? En cuanto a mis hermanos: ¿qué tanto busco corregirlos?, ¿por qué me irrita que no piensen y vivan como yo? Los caminos que he tomado ¿a dónde me han conducido? Hablo de esto con el Señor.
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