Los signos en mi vida
En la vida y en la enseñanza de Jesús, hemos escuchado en numerosas veces y de diversas formas la invitación a los discípulos de proclamar el Evangelio, la buena nueva, el mensaje de salvación. Es una invitación que Jesús no se cansaba de hacer a sus discípulos y a todo aquél que estuviera dispuesto a seguirle.
En esta ocasión, Jesús se los dice a los once por última vez. Se aparece ante ellos, ya resucitado y con toda su gloria, ante esos discípulos que ya se han acostumbrado de nuevo a su presencia. Y les dice un mensaje que conocen muy bien: “Vayan por todo el mundo y proclamen el Evangelio”. Sin embargo, hay algo diferente en esta afirmación. Jesús sabe que es la última ocasión que se los va a decir así, de frente, estando con ellos para acompañarlos. Sabe que, a partir de ahora, tendrán que ir cada uno por su cuenta, que a lo largo de su vida les esperan tribulaciones, persecuciones, momentos difíciles y momentos alegres, momentos en los que quizá dudarán o no sabrán qué hacer.
Jesús sabe que se va. Y su mensaje es directo y contundente, porque está consciente de que muy pronto estará con su padre. Así que, además de la invitación que los llama a evangelizar, esta vez, les dice algo más. Les habla de los signos: “a los que crean, les acompañarán estos signos”…
Esos signos que para los discípulos serán señal de discernimiento. Serán la indicación que les dirá que van por buen camino, que están evangelizando de forma correcta, que están proclamando adecuadamente el Evangelio. Se los dice porque sabe que él ya no va a estar ahí de forma tangible para guiarlos, y que ellos necesitarán algo que les haga saber que lo están haciendo bien. Los signos que Jesús menciona en el Evangelio no son cualquier cosa: “echarán demonios en mi nombre”, hablarán nuevas lenguas“, “sanarán enfermos”…
Quizá en esos momentos los discípulos se sintieron incapaces de realizar tales signos. Quizá ellos pensaban que Jesús seguiría acompañándolos, que sería Él quien echaría demonios y sanaría enfermos. Quizá nosotros, ante este mismo llamado, nos sentimos incapaces de realizar signos en su nombre, o de proclamar el Evangelio a donde vamos: en esa reunión en casa, en mi lugar de trabajo, en mi familia nuclear, en esa discusión en la que se me pidió mi opinión y no supe qué decir…
Jesús nos sigue llamando no sólo a evangelizar, sino a realizar signos en su nombre. ¿Cuáles son los signos que han demostrado que Jesús está en mi vida? ¿Qué le he pedido en oración al Señor, que me ha concedido? ¿Cuál es esa herida que, sin Él, no habría sanado? ¿Quién es ese miembro de mi familia que se ha acercado a Dios sorpresivamente?... Nuestra vida está llena de los signos con los que Dios nos confirma que vamos por buen camino, que estamos evangelizando, que Él está con nosotros.
Ante la escucha del Evangelio de hoy, me detengo para reflexionar qué signos han pasado desapercibidos a mi alrededor que son prueba clara de la presencia de Dios en mi vida.
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