Los dones pascuales
Hoy concluimos la Octava de Pascua, es decir, la primera semana del Tiempo Pascual en donde el júbilo por la Resurrección de Cristo, se prolonga ochos días seguidos como si fueran uno solo, de domingo a domingo.
En el fragmento del Evangelio que hoy nos narra San Juan, se destacan diversos elementos de los que podemos afirmar, son los primeros frutos de la resurrección de Cristo. En primer lugar, se enfatiza el don de la paz; dos veces dice Jesús a sus discípulos, encerrados por miedo a los judíos: “La paz esté con Ustedes”; es la misma expresión que los ángeles dijeron a los pastores en la noche de Navidad: “Paz en la tierra”, cargada con el mismo significado: “No tengan miedo”. Ciertamente el temor paraliza y viene para sus seguidores, a partir de aquel domingo glorioso, una misión en donde no caben los titubeos: anunciar por todo el mundo a Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación.
La segunda dádiva pascual es la alegría: “los discípulos se llenaron de alegría.” San Ignacio de Loyola aconsejaba: “en los momentos de desolación, hay que hacer memoria de las gracias recibidas”, ya que, por cada tristeza y dolor, hay dos o tres gracias y alegrías, que al recordarlas nos impulsan hacia adelante. ¡Y qué decir de la alegría pascual! es contagiosa, es expansiva, es como la sonrisa, se trasmite. Por ello, viene en seguida el tercer obsequio: “Reciban el Espíritu Santo.” Dice el texto que Jesús sopló sobre ellos; así como en la primera creación, Dios sopló en la nariz de Adán para infundirle aliento de vida, de igual modo, el aliento de Jesús, comunica la vida a la nueva creación espiritual, nacida de su muerte y resurrección. Podemos anotar un cuarto don: la misión: “Como el Padre me ha enviado, así los envío yo.” Es necesario que el gozo pascual se transmita a todas las generaciones, por eso el Señor, agregó una bienaventuranza más, no ajena a las pronunciadas en el sermón de la montaña: “Bienaventurados los que creen, sin haber visto.” En esta dicha estamos tú, yo y todos los creyentes en Cristo: caminamos entre luces y sombras; decía San Agustín: “entre las tribulaciones del mundo y las consolaciones de Dios.” Somos los que creemos sin ver, creemos con el corazón y por el anuncio de los testigos, por eso, nuestro gozo nadie nos lo podrá quitar.
En este segundo domingo, le pedimos al Señor Jesús resucitado que, por su Divina Misericordia, cuya fiesta también celebramos, nos otorgue los dones pascuales: la paz, la alegría, el Espíritu Santo, la misión y que también, aumente nuestra fe en él.
¿El Señor resucitado me ha dado su paz? Pido su amor y su gracia con el propósito de transmitirla particularmente con quien he tenido alguna desavenencia; si está lejos, le enviaré en oración mi ferviente deseo de paz.
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