Lo que no olvida Jesús
En este domingo meditamos el Evangelio de san Marcos 2, 23-3,6. La escena se desarrolla en sábado, día sagrado en el que está prohibido cualquier tipo de trabajo. Ahí aparece Jesús como aquel que viene a dar vida plena. Están también los discípulos que han comenzado a seguirlo en Galilea; los fariseos aferrados a una religión que olvida al otro; y una persona que es curada por Jesús que manifiesta el amor sobre la ley.
El sábado es el día de descanso y este llega a ser tan importante para los fariseos que su primacía está sobre todo, incluso sobre cualquier necesidad de la persona. Jesús se encontraba ante esta mentalidad rígida, cerrada, dura, y llena de necedad. Se han olvidado de la persona, de la calidez humana, de la dignidad... por actuar en nombre de un dios que no es el de Jesucristo. Estaba siendo una religión sin humanidad.
Jesús entra a la sinagoga en sábado y le dice a un hombre que estaba ahí: «Levántate y ponte ahí en medio». Ponerlo en medio significa devolverle su dignidad de persona. Jesús le da su lugar, su valía. La ley por la ley mata. La ley necesita su espíritu: el amor. Si en primer lugar está el cumplimiento de una norma por encima de la dignidad de la persona se va por un camino equivocado. Jesús le devuelve su justo valor. ¿Qué falta en nuestra vida? ¿Qué hay que hacer para acertar? ¿Tener éxito en todo? ¿Ganar mucho dinero? ¿Llegar a ser un personaje? En la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús planteó otra pregunta: «¿Hemos de hacer lo bueno o lo malo? ¿Salvar al hombre o dejarlo morir?». Es un error en la vida poner en el centro una ley o unas normas que atropllen los derechos que tiene la dignidad humana.
Jesús dijo: «no he venido a abolir la ley sino a darle plenitud». En la vida diaria se está expuesto a poner en primer lugar los intereses personales antes que el bien del otro. En el caso de la ley divina, Dios siempre buscará nuestro bien, partiendo desde lo humano más genuino. Por tanto, toda ley necesita promover a la persona en su valor y vida. «La voluntad de Dios siempre busca la vida, la creación, la liberación de la persona» (Pagola).
Aunque lo hayamos olvidado casi totalmente, los seres humanos estamos hechos para hacer el bien, para ayudar, para infundir vida en los demás. Ese es el deseo más íntimo y oculto de nuestro corazón. Crear vida, regalar esperanza, ofrecer ayuda y consuelo, estar cerca de quien sufre, dar lo que otros puedan necesitar de nosotros.
Vuelvo a leer el texto sagrado y «como si presente me hallase» trato de identificar cuándo he vivido en la cerrazón de una religión que está por encima de la dignidad humana, y por otro lado qué me dice Jesús al mirarlo haciendo el bien a todo el que encuentra a su paso.
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