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Foto del escritorErnesto Cuevas Fernández

Las Bienaventuranzas de Jesús, un estilo de vida.

El pasado domingo escuchábamos a Juan el Bautista con un llamado imperioso, dirigido a la gente de su tiempo y a todos nosotros: “Conviértanse porque el Reino de Dios se ha acercado a Ustedes”; ahora, Jesús nos transmite, mediante ocho bienaventuranzas, cómo debemos entender, asumir y vivir la llegada de ese Reino de Dios. Jesús habla así, porque Él, fue el primero que vivió las bienaventuranzas desde su propia experiencia personal. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los limpios de corazón, de los perseguidos por causa de la justicia, de los que construyen la paz, donde Dios se revela, donde su Reino se hace realidad. Así de controversial es el Reino de Dios; en otras palabras, Jesús trae la felicidad a los que el mundo considera desdichados, porque bienaventurado quiere decir, dichoso, feliz.

Pero, ¡cuidado! No es solo el hecho de sufrir o de ser pobres lo que nos hace agradables a los ojos de Dios, sino una actitud espiritual y una forma de vida, una opción para solidarizarnos con los que viven estas situaciones reales e inhumanas. Así, las bienaventuranzas de Jesús nos piden disposiciones interiores, antes que actos exteriores; en otras palabras: expresan cómo debemos ser los que formamos la Iglesia, para hacernos dignos de Dios, que fue quien nos llamó.

Con el advenimiento de Cristo Jesús, comienzan los tiempos del Reino de Dios y somos bienaventurados, felices, porque Dios se hizo presente entre nosotros; el Señor ha llegado a los hombres y nosotros fuimos reconciliados, aunque no por eso, se han terminado nuestras inquietudes o nos sustraemos de la realidad, pues vivimos entre las tribulaciones del mundo, pero experimentando en todo momento las consolaciones de Dios.

Aquí están las bienaventuranzas, todo un programa de vida que Jesús desarrolló a cabalidad y que nos invita, ayudados de su gracia, a hacerlo nuestro. Sin duda ninguna, tú, yo y muchos más, hemos experimentado una y otra vez, haber obtenido misericordia, haber recibido consuelo, haber visto a Dios en los acontecimientos. Ahora sí podemos sembrar la paz, porque ya la tenemos. Que no nos asusten las fuerzas del mal, ¡todo lo podemos en Cristo que nos fortalece!

Para reflexionar y actuar:

1.- ¿Cuál de las ocho bienaventuranzas me llama más la atención y por qué?

2.- ¿Qué bienaventuranza representa un verdadero reto para mí?

3.- ¿Qué acciones puedo emprender para acercar más el Reino de Dios a mi vida?

4.- ¿En qué ambientes concretos es necesario promover el espíritu de las bienaventuranzas?

5.- En la presente semana, haz oración, inspirándote cada día en una bienaventuranza.


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