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Foto del escritorLuis Ariel Lainez Ochoa

La Sociedad de la Nieve: una cruda historia de amor


La distancia entre el lanzamiento de esta multipremiada y afamada película y el día que se escriben estas líneas hace que esté muy lejos el riesgo de spoilear la cinta. Con mucha seguridad el lector ya tuvo la oportunidad de verla o, al menos, conocerla de oídas. Sin embargo, cabe preguntarse qué más puede aportar el filme puesto que más allá de estar en boga nos da múltiples posibilidades de interpretación y reflexión. 


Hay que atreverse a ir más allá de un comentario superficial que se parezca al diálogo siguiente: - ¿Has visto ya la sociedad de la Nieve? -Uff sí, buenísima, o quizás: -ah sí, aún no, pero, ¿es la de los sobrevivientes de los Andes no?, la de aquellos que se comieron los cuerpos para sobrevivir…

Si el filme ha arrasado en los tantos organismos que premian el séptimo arte es porque más allá de una excelente trama y pulcra realización, la Sociedad de la Nieve está enraizada en el testimonio vivo y palpable de aquellas personas que experimentaron la tragedia de quedarse varados en un lugar inhóspito por varias semanas y haber tenido el coraje de pelear por sus vidas día a día, minuto a minuto. 

Con una mirada sensata y personal se toma el atrevimiento de destacar tres rasgos que aparecen en el film y que conectan de cierto modo con una visión cristiana de la vida. 


Los lazos familiares

La época que vivimos lleva entre una de sus tantas banderas, la del individualismo. Cada vez más, el hombre busca el modo de escapar de aquello que le roba tiempo, espacio y le implica desgaste de energías que no se perciben remuneradas. Cruzamos un tiempo donde el hombre cree bastarse a sí mismo y esta creencia le hace desconfiar de sus relaciones personales; muy frecuentemente de las laborales, pero inclusive de las familiares. 

Aunque pudiera pasar desapercibido, tres de los sobrevivientes de aquel equipo amateur de rugby que quedaron atrapados en esta tragedia eran más que simples compañeros, eran familia. Los primos Strauch al reconocerse como parte de un clan familiar logran cohesionarse en la desgracia para salir avante ante ella; tanto así, que son los que toman sobre sus hombros la tarea más difícil cuando la comida se ha agotado…

Al reconocerse como familia, los Strauch se sentirán motivados interiormente para cuidar uno del otro, sólo Dios y ellos saben lo que pasó por sus mentes, pero probablemente imaginaban que los papás, los hermanos, los abuelos, los tíos, los primos, etc., estaban sufriendo por ellos, preocupados por no saber de su paradero. Este rasgo comprueba que al final, la familia sí es importante. 


La fraternidad universal

El Papa Francisco ha insistido mucho en esto, en que los avances tecnológicos en el plano de la comunicación y de la información debería habernos instalado en la consciencia veraz de que todos somos hermanos, de que las diferencias entre los pueblos no son un impedimento para vivir en paz y en concordia. Tristemente no ha sido así, hoy se vive una guerra mundial a pedacitos.

La Sociedad de la Nieve presenta a un grupo de hombres (y una mujer) que, a pesar del fatídico suceso, buscan la manera de salir de allí, de ser rescatados, de no perder la vida. Más que los compañeros de un club deportivo, más que amigos, ellos se reconocen como iguales; hombres y mujeres que se necesitan mutuamente. Están aquellos líderes que cuidan a los de ánimo apocado, están aquellos reacios que realizan las tareas más crudas, están los que curan y mueven cautelosamente a los que están móvilmente impedidos. 

El papelito que Numa entrega antes de morir -que no es otra cosa que la cita de Jn 15,13- confirma que es posible tener metas comunes, que es posible reconocer nuestra igual dignidad y luchar por sobrevivir a las tragedias del mundo. 


Un Dios que está las manos

Hay un diálogo muy crudo pero poderoso sostenido por Numa y uno de los que están inmóviles, Numa hablando de las pocas posibilidades para sobrevivir, suspira e invoca la intervención divina, esta suena más a echar una moneda al aire que a una convicción de que Dios intervendrá. El otro interlocutor responde que el dios de Numa y su dios distan mucho. Que el dios del impedido no está allá en el cosmos, en lo desconocido, sino que su fe está en el dios que ve ayudando, que le cura las heridas todas las noches, que selecciona los cuerpos y corta la carne, que le toma y le incorpora para que no sufra tanto. 

Sin duda yo también creo más en ese Dios.

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