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Foto del escritorLuis Ariel Lainez Ochoa

La salvación alcanza para todos.



Si el lector se pregunta por qué en las páginas del Evangelio se le llama Maestro a Jesús el texto de este domingo bien serviría de ejemplo para entenderlo. En diversos pasajes encontramos los diversos llamados que personalmente Jesús lanzó a cada uno de los doce que integraron su grupo nuclear.

Este día contemplamos el llamado del recaudador de impuestos de nombre Mateo. El oficio antes mencionado era visto por el pueblo judío como una tarea impura, vergonzosa y despreciable ya que no únicamente se relacionaba directamente con el sufrimiento e impotencia de pagar cuotas al imperio opresor, sino también al abuso y despotismo que el mismo cobrador ejercía sobre los ciudadanos.


En la mentalidad del tiempo quien ejercía este oficio se encontraba muy lejos de Dios, de la salvación, incluso del poderse llamar miembro del pueblo elegido. El haber optado por los bienes materiales consecutivamente le habían imposibilitado alcanzar los bienes del cielo. La posibilidad de salvación era por lo tanto casi nula.


Sin embargo, Jesús le observa, su mirada se posa y descubre en ese hombre un corazón noble, apto para ser cincelado por el amor, abierto para recibir la propuesta del Reino; por ello Jesús con ese imperativo Sígueme, despierta en Mateo un pulso vital encadenado por el dinero y sus tretas. Jesucristo es el maestro verdadero porque no examina y evalúa el ambiente en que llama. Porque no lanza su llamado al aire sino a personas concretas, a historias de vida que necesitan ser iluminadas por su gracia.


El Señor no es otro rabbí que viene a repetir fielmente lo que se ha repetido por generaciones, sino es el Maestro con mayúsculas porque como Palabra encarnada viene a hacer vivo y presente el verdadero sentido de la Palabra escrita. Jesús viene a dejar bien claro que Dios no puede ser un Dios de cuantos sino el Padre de todos.


En la mesa el Maestro imperativamente también nos pide aprender de Él, de sus actitudes, de sus palabras, de sus gestos; pero sobre todo de ese corazón donde caben todos sin excluir a nadie, ese corazón que tanto celebramos durante este mes, pero del que siempre es necesario tener como modelo y como examen.


Busco un espacio donde pueda sentirme relajado y me pregunto: ¿Qué tanto soy consciente de que el Señor me llama más allá de mi historia y mis pecados?, ¿Me cuesta aceptar que llame a otros que para mi no son los suficientemente dignos? ¿por qué pienso así? Hablo de ello con Dios y le pido aprender continuamente de Él.

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