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  • Foto del escritorLuis Ariel Lainez Ochoa

La llave que abre el corazón de Dios


Los acontecimientos que se narran en el Evangelio de este domingo han sido sujeto de muchas interpretaciones a lo largo de la historia; y es que no es para menos, el hecho de que sean dos mujeres las protagonistas y beneficiarias directas del poder sanador de Jesús, de que una atraviesa los 12 años de edad y la otra lleva 12 años enferma, es en sí mismo significativo.


Sin embargo, aunque ambos hechos delinean atinadamente la manera amorosa y determinante de Jesús para obrar la salud, las siguientes líneas se detienen en aquella mujer que la tradición ha llamado la hemorroísa. En ella, el hombre necesitado de Dios puede encontrar un destello, un camino, un modo de acercarse a Él para tocarle y experimentarle.

Una mujer que padecía flujo de sangre desde hace 12 años. Su historia puede ser una de las más sombrías del Evangelio. Relegada, cubierta de vergüenza, en lo oculto, experimenta el desprecio dehaber sido “castigada por Dios”, en la mentalidad del pueblo judío ella vivía en una continua impureza que le impedía relacionarse con los demás, una enfermedad que le condenaba a estar sola, casi muerta, puesto que la vida (sangre) se le escapaba.


Había sufrido mucho…gastado todos sus bienes. Imagina ahora el sufrimiento de una enfermedad que se ha prolongado tanto tiempo, enfermedad que tiene dolores más allá de los físicos: emocionales, espirituales, morales. En la desesperación la mujer ha gastado lo mucho o poco que tenía, lo que le era indispensable para vivir.


Oyó hablar de Jesús, se le acercó…le tocó el manto. Es algo hermoso constatar el milagro que se obra en la mujer previo al de su curación física. Es el milagro que hace que la desesperación y la angustia se conviertan en valentía y fe. La primera para romper el miedo y los paradigmas del pesado legalismo cultual y la última que le lleva a creer firmemente en que el Nazareno le devolverá la salud. Así sucede.


¿Quién ha tocado mi manto? Jesús nota la fuerza curativa que sale de él, una vez más recibimos la gracia de palpar con el corazón a ese Dios que sale en búsqueda del que sufre, no es el dios de la transacción al que se le pide, otorga y punto final; es el Dios que ansía conocer el rostro de aquellos que quieren tocarlo, de aquellas almas que tanto le necesitan.


Se acercó la mujer…se postró…le confesó toda la verdad. La mujer se percata de que el Señor le busca, en el ambiente que ha crecido donde se le ha inculcado un dios rígido y justiciero, ella teme, piensa que, como Prometeo, le ha robado a Dios algo que no le pertenece, que no merece.


Por ello desnuda su alma y tendida a sus pies le confiesa todo. Le habla de lo mucho que ha sufrido, del cansancio con el que cargaba, del rechazo y la humillación. He aquí la clave para abrir el corazón de Dios: la verdad. La verdad de uno mismo, no la versión maquillada que hace al hombre sobrevivir en un mundo áspero e injusto, sino aquella que le hace posible al Creador volcar su insondable amor en la creatura, sanar su corazón y regalarle la paz que tanto anhela.


Pido a Dios conocimiento interno de Jesús para contemplarle obrando en la hemorroisa, pidiendo al mismo tiempo que obre en mi y restaure mi salud.

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