La Eucaristía es un signo Pascual
Cristo nuestra Pascua, nos entregó la Eucaristía como un don de su amor y con ello, nos revela un Dios que empuja, que sirve, que trabaja, que anima y fortalece al hombre para su empresa suprema: hacerse hombre con los hombres. Nos invita a compartir el porvenir de Dios a todos, así la esperanza revela la trascendencia de lo humano y ésta al Trascendente en nuestra mente.
La Eucaristía como signo de muerte y resurrección, revela el amor pascual del Padre al hombre. Es decir, Dios es una afirmación en favor de la vida, un don en pro de la existencia, una apuesta en favor del éxito de lo humano: a pesar del pecado, de la crueldad, de la estupidez y de la muerte.
Ahora, el hombre debe decidir. Todo está en sus manos, lo dice su libertad, su esperanza, su fantasía, sus sueños y su creatividad, que le entrega el Espíritu Santo que vive en él.
El mundo no es una cosa prefabricada sino un proceso abierto; el hombre no tiene aún su imagen definitiva, los hombres todavía buscan la patria común de la auténtica humanidad. El futuro del hombre se decide en el presente. Sólo si amamos lo que esperamos podremos ganar el futuro. De otra manera lo perderemos. El futuro puede traer: Todo o nada, el cielo o el infierno, la vida o la muerte, la salvación o la perdición, pero, Cristo está en favor de la vida, de la esperanza, y del porvenir del hombre.
Una cosa está clara en el Evangelio: el Dios que ha resucitado al crucificado, está presente en la cruz misma del hombre. Allí mismo está haciendo la vida, la libertad y la alegría del hombre. El porvenir será el resultado de la decisión de Dios y del hombre.
El mundo nos fue entregado por el amor del Padre, en la forma de un proyecto para la vida, para la humanización, para el crecimiento, para la alegría y la dicha de participar en el señorío universal de Cristo resucitado. A ese amor debe sumarse nuestro amor fraternal y filial, nuestra esperanza pascual, nuestro esfuerzo, nuestra creatividad y solidaridad, en favor de la pascua actual del hombre.
Habrá que hacer de cada Eucaristía un compromiso con la dignidad del hombre, una provocación política y una invitación a responsabilizarnos ante la necesidad de pan de libertad, de cambio, de revisión de estructuras, de ideologías e intenciones como exigencia de un paso hacia el proceso integral del hombre hacia el desarrollo de la fraternidad y la esperanza común.
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