La espiritualidad cristiana
Actualizado: 27 feb 2021
«Dios nos ha elegido en Cristo desde antes de la creación del mundo, para que seamos santos e irreprensibles delante de Él; según el beneplácito de su voluntad, nos ha predestinado amorosamente para ser hijos suyos adoptivos por Jesucristo» (Ef 1,4-5).
Estas palabras de San Pablo nos sirven de brújula que nos indica el camino hacia una vida cristiana, la cual consiste esencialmente en reconocernos hijos del Padre por Jesucristo, sabernos elegidos en Él y llamados a la santidad.
Ser hijos de Dios es una experiencia que transforma el modo de situarnos en la vida, un cristiano es alguien que, recibiendo la llamada divina, es consagrado con la gracia del sacramento del Bautismo y, siendo revestido de Cristo e iluminado por Él, se convierte en luz para el mundo. Entiende que su existencia no es fruto del azar, sino que ha sido deseado por Dios y tiene un Padre y hermanos con los cuales forma la preciosa familia que es la Iglesia. Un cristiano es consciente que nunca se encuentra solo, pues cada vez que ora lo hace como parte de una familia que a una sola voz ora diciendo «Padre nuestro».
Ser cristiano es sabernos elegidos en Cristo y que nuestra vida consiste en vivir al modo del Señor, el cual «pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo» (Hch 10, 38), por ello es esencial en la vida del discípulo de Cristo la presencia de la Palabra de Dios, especialmente del Evangelio, que es como una puerta que nos permite ingresar a la vida de Jesús. En la Palabra escuchamos sus enseñanzas y, orando por medio de ella, nos pone en contacto con la persona del Maestro. Esta comunión con Él alcanza su culmen en la recepción y adoración de la persona de Cristo real y verdaderamente presente en la Eucaristía, pues «por la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos» (CEC, 1326).
Un aspecto esencial que brota de esta elección es la tarea que comporta para todo cristiano el discernir su vocación específica (sacerdotal, religiosa o laical) esto es, el lugar desde donde, al modo de Jesús, participará de la alegría de continuar extendiendo el Reino de Dios.
Finalmente, es necesario recordar que no se puede ser cristiano de cualquier manera, precisa ser cristiano siempre en camino a la santidad. Para ello, contamos con la persona del Espíritu Santo, cuya gracia nos pone en constante movimiento de conversión y recepción del amor divino que difunde «en nuestros corazones la fe, la esperanza y la caridad, y nos es concedida la obediencia a la voluntad divina» (CEC, 1991). Es de este modo que podemos ser testigos del Evangelio y participar en la vida de Dios, es decir, estar en comunión con la familia trinitaria.
La espiritualidad cristiana, como podemos ver, no consiste en un alejarse del mundo, sino en vivir en el mundo como lo que somos: hijos e hijas de Dios que, siendo portadores del espíritu de Cristo, extienden su ministerio salvador hasta su regreso. A esto hemos sido llamados y en esto consiste la alegría del Evangelio.
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