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Foto del escritorLuis Ariel Lainez Ochoa

La dudosa certeza de que estás conmigo.

Actualizado: 2 jun 2023


Durante estos últimos domingos, Jesús como buen maestro,ha ido presentando a sus discípulos al Espíritu Santo, su acción, su personalidad y cometido; probablemente los oyentes actuales pueden sentirse en la antesala de Pentecostés: la gran fiesta del Espíritu.

En este domingo previo la Iglesia invita a los fieles a celebrar la Ascensión del Señor, el Evangelio de Mateo bien podría parecer la síntesis final de lo expuesto las semanas anteriores. En el mandato misionero dictado por Jesús se entroniza al Paráclito como la tercera persona de la Trinidad. Pero hoy el hecho central versa sobre Jesús despidiéndose yascendiendo al Padre.

Cuando se habla de la Ascensión es muy probable que en la mente del fiel se imprima inmediatamente alguna imagen conocida de ese Jesús imponente que sube al cielo rodeado de nubes, con la mirada en éxtasis, con la ropa radiante que su vez contrasta con la parte inferior donde se aprecian unos discípulos anonadados y perplejos.


Con estas ilustraciones, la Ascensión suena a algo etéreo, sublime, intocable, incomprensible e incluso difuso. Sin embargo, si se pone el suficiente cuidado en el texto bíblico, vemos un escenario bellísimamente terrenal: la ya conocida y rutinaria Galilea, los mismos rostros de siempre, de hecho, se narra que incluso teniendo enfrente al Resucitado las dudas y miedos de sus amigos ¡no se han ido!


Poniendo cuidado se narra que el Señor se acerca, se vuelve prójimo para que estas incertidumbres se extingan como se extingue la distancia entre el Maestro y los discípulos, el mandato misionero más que ser un ímpetu de comunicación doctrinal tiene que ver con guardar con amor lo que el Cristo ha revelado; que aquellos que vienen en camino conozcan el amor inmenso del Padre, la ternura del Hijo y el arrullo del Espíritu.


Las últimas palabras del Señor deberían bastar a todo aquel que se llame a sí mismo cristiano, al que participa activamente como el inconstante, al que solo sabe unas cuantas oraciones como al que conoce las ciencias de Dios, al que vive su fe animosamente como al que esta misma le sigue causando conflicto y trompicones: sepan que yo estoy con ustedes todos los días. En las miles de dudas que el creyente experimenta resuena la certeza de estas últimas palabras de Jesús, que está conmigo, que está contigo.


La tarea consiste entonces en afinar el corazón, la mente y los sentidos para ir descubriendo esta presencia real en la cotidianidad de la vida. Quizás ascender no implique levitar, sino re-flexionar, hacer silencio y bajar a mis profundidades para poder hallar a ese Dios que vive en mí pues como dice la oración de la Soterraña: Baja y subirás volando al cielo de tu consuelo; que para subir al cielo se sube siempre bajando.


Hago silencio y medito que significa para mi que Jesús haya subido al cielo. ¿Qué idea tengo del ascender en mi proceso espiritual? Platico de ello con el Señor.

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