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Pbro. José Rafael Luna Cortés

La dedicación de una Iglesia



La dedicación de una Iglesia es un acontecimiento de gran alegría para una comunidad cristiana que se reúne en un lugar concreto para celebrar el misterio pascual que los congrega en torno de la palabra y de los sacramentos, en la cual se hace la experiencia de los discípulos de Emaús: «con razón ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las escrituras y partía para nosotros el pan» (cf. Lc 24, 30-32).


Para la dedicación de una Iglesia en la que habitualmente ya se celebran los sacramentos se requiere, de acuerdo con las normas litúrgicas, que el altar no esté dedicado, pues tanto la costumbre como el derecho litúrgico prohíben, dedicar una iglesia sin dedicar su altar, ya que es la parte principal del rito, así mismo pudiera darse el caso para proceder a esta celebración que el edificio hubiera recibido una modificación importante ya sea en su construcción material o en su estatuto jurídico, por ejemplo su elevación a iglesia parroquial. En nuestra caso, esta Rectoría del Espíritu Santo se procede a su consagración debido a que el templo, relativamente nuevo, no ha sido consagrado aún.

La oración que el obispo pronuncia entre otras cosas dice: Este edificio hace vislumbrar el misterio de la Iglesia, a la que Cristo santificó con su sangre, para presentarla ante sí como Esposa llena de gloria, como Virgen excelsa por la integridad de la fe, y Madre fecunda por el poder del Espíritu. Por eso los signos sensibles que enriquecen esta celebración expresa la acción invisible que Dios realiza por medio de la Iglesia cuando ésta celebra los sagrados misterios.

Entre estos signos se encuentran los realizados sobre el altar: a) La unción con el santo crisma del altar y las paredes de la Iglesia. Por la unción el altar se convierte en símbolo de Cristo, a quien el Padre ungió con el Espíritu Santo y constituyó sumo Sacerdote para que, en el altar de su Cuerpo, ofreciera el sacrificio de su vida por la salvación de todos. La unción de la Iglesia significa que ella está dedicada toda entera y para siempre al culto cristiano. b) El incienso que se quema sobre el altar nos habla de que el sacrificio celebrado en él sube hasta Dios como suave aroma, al mismo tiempo que significa la oración de los fieles que llega al trono de Dios. El mantel que se coloca sobre el altar, nos recuerda que se trata de la mesa del Señor en la que somos invitados a participar del banquete eucarístico, esto es, del cuerpo y la sangre del Señor que se han ofrecido como sacrificio en el altar. c) El encendido de las velas del altar y de la iluminación de toda la Iglesia, está asociado el rito a Cristo luz del mundo, con cuya claridad brilla la Iglesia y por ella toda la familia humana.

Por el hecho de ser un edificio visible, esta casa es un signo peculiar de la Iglesia que peregrina en la tierra e imagen de la Iglesia celestial. Si bien es cierto que encontramos en la misma Sagrada Escritura la invitación a la construcción de un templo, como sería el caso de la tienda de reunión que el pueblo de Israel llevaba por el desierto (Ex 26) o el mismo templo de Salomón (1 Rey 6), reconstruido en tiempos de Jesús por Herodes el grande. Sin embargo la Biblia tiene muy claro que la presencia de Dios no puede quedar localizada unicamente en el perímetro de una construcción. El Padre de nuestro Señor Jesucristo es el Señor de la historia, de la creación, de la vida. Cuando Salomón consagró su magnífico templo, en la oración que dirigió a Dios decía: “los cielos en toda su inmensidad no lo pueden contener” (1 Re 8,27). De ahí que el tener un lugar sagrado, para nosotros sirve de puente entre la presencia trascendente e invisible de Dios y la cercanía concreta que quiere establecer con cada uno de nosotros.

El templo es así un signo de la elección que Dios hace de un pueblo, de una comunidad con la que quiere compartir su historia y caminar con ellos. A Dios se le puede encontrar en el templo, pero también en los diversos acontecimientos que van entretejiendo nuestra vida cotidiana. Venir a un lugar concreto como es esta Iglesia pone de manifiesto que la relación con Dios se da en un encuentro libre y personal. Es por así decirlo, el lugar donde Dios y el hombre se citan para una reunión que es un encuentro de salvación. Por eso cuando Jesús se refiere a su persona como el templo (cf Jn 2, 19-22), esta imagen recoge cuanto he dicho, es decir, el encuentro con Dios, no es una relación mágica, sino que está comprendida como una relación libre y personal con Dios por mediación de la persona de Jesús, quien por su muerte y resurrección se convirtió en el verdadero templo de la Nueva Alianza y reunió al pueblo adquirido por Dios.

Para nosotros tiene una gran importancia el momento en que la comunidad cristiana se reúne para celebrar la eucaristía. La comunidad de los bautizados se reúne para escuchar la Palabra de Dios y alimentarse del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En torno a esta doble mesa la Iglesia de “piedras vivas” se edifica en la verdad y en la caridad. Y así el edifico y la comunidad al mismo tiempo se convierten en sacrificio espiritual agradable a Dios.


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