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Foto del escritorErnesto Cuevas Fernández

Jesús se arraiga en nuestra humanidad



A diferencia de los tres domingos anteriores, en los cuales se nos preparaba para acoger el Reino de Dios en el segundo advenimiento de Cristo al final de los tiempos, hoy nos detenemos en la contemplación de su primera venida, ya que el domingo cuarto de Adviento es el que antecede a la Navidad del Señor.


Tal y como nos lo relata el episodio del evangelio de San Mateo, Jesús nace de María, desposada con José, descendiente del rey David; el Mesías se arraiga en la humanidad, cuya historia está marcada por el pecado, pero también por la esperanza. Con lenguaje poético, aludiendo a la acción de la lluvia sobre la tierra fértil, la antífona de entrada nos pone a tono en esta domínica: “Cielos, destilen su rocío; nubes, lluevan la salvación; ábrase la tierra y germine el Salvador.”


En la primera lectura contemplamos, prefigurado en el Antiguo Testamento, el misterio de María, Virgen y Madre: una virgen encinta, una virgen madre; algo imposible para el hombre, pero no para Dios. ¿Por qué no dice el texto, una joven, una muchacha o una mujer? Porque Dios, el Salvador, al llegar, debía ser acogido por un corazón virgen, no desgastado por la experiencia de otros amores; así, el hacerse carne tiene un gran sentido: El Altísimo quiere ser Emmanuel, que significa, Dios-con-nosotros, es decir, Dios con una carne concreta, para ser salvados íntegramente. Démonos cuenta: Dios ha tomado la iniciativa de realizar la salvación de su pueblo haciéndose uno de nosotros con todas las consecuencias que esto implica, a saber, asumir la debilidad, hacerse pequeño e indefenso como cualquiera de nosotros, vulnerable, sensible al dolor. Dirá la Carta a los Hebreos “Fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, excepto en el pecado.”


Retomando el evangelio proclamado, hallamos a José, el hombre justo, humilde, silente, casto, pero, sobre todo, obediente a Dios. Personalmente, me gusta afirmar que este pasaje, es -el sí de José- como en la Anunciación, narrada por San Lucas, encontramos -el sí de María- ambas revelaciones realizadas por un ángel. “Le pondrás por nombre Jesús”; en la mentalidad hebrea, poner el nombre, es tomar posesión, o sea, tú lo recibirás como hijo tuyo, aun no siéndolo. Finalmente, el mensajero interpela a José ¡no dudes!... ¿de qué? Del papel que te corresponde en el plan salvífico de Dios.


Medita: ¿De qué forma puedo colaborar para que Cristo siga siendo el Dios-con-nosotros?

Propósito: En la presente semana, invocaré la ayuda de María Virgen y de San José para clarificar cuál es la voluntad de Dios en mi vida.

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